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Seis años largos ha durado la tranquilidad de quienes tenían hipotecas referenciadas al euríbor. Desde febrero de 2016 el índice se mantenía por debajo de cero, es decir, en valores negativos, lo que abarató los préstamos hipotecarios de manera notable. Un respiro prolongado para quienes han padecido las consecuencias de la crisis de 2008 seguida por el aldabonazo de la pandemia. Pero se acabó la fiesta.

Si es que podemos llamar fiesta a estar hundidos en la miseria durante catorce años consecutivos. Porque esta semana, por primera vez desde entonces, el euríbor ha sacado la cabeza del agua. La guerra ucraniana y la subida generalizada de los precios han empujado el índice hacia arriba, aunque solo sea tímidamente. Pero parece que será una tendencia imparable. Los expertos ya dan por sentado que a lo largo de este año los tipos de interés oficiales cambiarán su inercia pasada para adecuarse a las nuevas circunstancias.

En Estados Unidos, mucho más resolutivos para estas cosas, ya lo han hecho. Y eso, que hará sonreír a quienes tienen abultados ahorros y han visto una realidad estéril durante años, hará llorar a quienes soportan deudas. Un eslabón más a añadir a la larga cadena de problemas que nos acechan. La clase media española está en serio peligro de extinción. La mayoría de las empresas alcanzan resultados con dificultades, los salarios se han desplomado. Los únicos que tienen garantizada la estabilidad son los funcionarios y los pensionistas. Pero sus ingresos dependen de que el grueso de la ciudadanía aporte y mucho. No lo harán si la situación se complica todavía más. Hay quien cree que estamos en un cambio de era y desde luego los indicios envían señales en ese sentido. ¿Retorno al feudalismo?