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El desplome del Partido Socialista en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebradas en Francia es un hecho significativo. Más allá de las diferencias específicas derivadas de las peculiaridades de cada país –España no es Francia–, en el PSOE se deben haber encendido todas las alarmas a la vista de lo sucedido. ¿Por qué? Pues porque una derrota electoral tan apabullante –no han conseguido más que 616.651 votos, el 1,8 %– lo que está describiendo es una tendencia a la marginalidad en puertas de la irrelevancia política. La política se ha combinado con la sociología. Hay una clave que permite entender el por qué del abandono masivo de sus votantes. Los electores han rechazado el extraño combinado ideológico que les ofrecía un Partido Socialista entregado –como viene haciendo en España el PSOE– a modas políticas e ingenierías sociales alejadas de las preocupaciones clásicas de la socialdemocracia.

Los electores socialistas tradicionales, los que en diferentes períodos de los últimos cuarenta años auparon a la Presidencia de la República a François Miterrand y a François Holland no han reconocido el ADN del partido en el discurso de Anne Hidalgo, la candidata. El PS francés, a semejanza de lo que ocurre en España desde que Pedro Sánchez se adueñó del PSOE, comparece ante la sociedad entregado a los nuevos dogmas de una izquierda que lleva un tiempo perdida abanderando causas alternativas a los problemas reales de la gente.

En las últimas citas electorales también aquí se ha ido constatando el desapego de una parte de los votantes socialistas: con Sánchez, el PSOE ha obtenido los peores resultados electorales de su historia reciente. La aplastante derrota sufrida por el Partido Socialista en Francia retrata una realidad: el votante tradicional socialista no se reconoce en la política líquida de algunos de los dirigentes actuales de esta corriente histórica. A la vista de lo ocurrido en Francia, el dicho popular que encabeza este apunte cobra justificada actualidad.