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S i nuestros antepasados levantaran la cabeza, la volverían a hundir en la tierra de pura vergüenza ajena. Se quedarían perplejos. Ellos vivieron en un tiempo en el que aprender a leer y escribir era un auténtico privilegio y, por tanto, saber descifrar un libro o un periódico, un verdadero lujo que muy pocos podían permitirse. En aquellas circunstancias la educación –el respeto al prójimo– muchas veces se impartía a tortazos. Y la mayoría de las personas, aunque analfabetas, acababan siendo educados, respetuosos. Los idealistas soñaron con un mundo nuevo en el que todas las clases sociales tuvieran acceso a la cultura, es decir, a la lectura. Y esa utopía se ha hecho realidad.

No solo eso, sino que cualquiera tiene ante sí, gratis, millones de contenidos de todo tipo: la información como jamás la habíamos disfrutado. ¿Resultado? Hay más analfabetos que nunca y, peor todavía, más gente maleducada que nunca. Ahora el multimillonario Elon Musk se plantea crear una nueva red social sin censura ni moderadores, donde la libertad de expresión sea total. Que Dios nos coja confesados. Si con todos los controles actuales las redes no son más que cuadriláteros llenos de barro donde la gente más zafia se pelea a diario, a gritos, con insultos y humillaciones indignantes, ¿qué pasará cuando nadie les mire? No será, me temo, ese paraíso de la inteligencia, el espíritu crítico y el afán de conocimiento que soñaron nuestros abuelos en su juventud.

Bien al contrario, será un barrio bajo lleno de basura donde la gentuza más abyecta se deleite en su propia mierda. A eso hemos llegado. A nadie le interesa leer, educarse, aprender, formarse como persona. Lo que interesa es la descalificación. Para eso, mejor nos quedamos como estamos.