TW
0

Seriamente, nadie puede pensar que las fortunas escandalosas de los oligarcas rusos proceden de una nómina, de la austeridad en el gasto o de una gestión ejemplar. Ni siquiera de una idea empresarial brillante. Todos nos tememos que, con muchas probabilidades, el origen de esos patrimonios descomunales tiene que estar en actividades delictivas, en el tráfico de influencias o, al menos, en una gestión amparada por un poder político corrupto. Lo creemos hoy y, por supuesto, lo debíamos de haber pensado hace uno, dos o cinco años, cuando esta gente exhibía ostentosamente su fortuna en los hoteles, en las calles de moda de las grandes ciudades, en los puertos deportivos, o en los centros financieros más importantes del mundo. Ni yo ni nadie puede pensar que los grandes compradores rusos de fincas de Calvià y Andratx serían capaces de pasar un análisis ético sobre el origen de su dinero.

Sin embargo, nunca nadie rechistó: construimos y vendimos fincas, diseñamos moda, contratamos traductores, habilitamos hoteles y hasta le entregamos la propiedad de la TUI, el primer touroperador de Europa, con quien nuestros políticos baleares hablaban tranquilamente, sin hacerse preguntas sobre el magnate ruso que se hizo con este negocio. Era maravilloso atraer esta gente, porque nos beneficiábamos todos.

Fue necesario que Vladímir Putin invadiera Ucrania para que Europa súbitamente despertara de su sueño: quienes hasta ayer eran los mejores clientes, hoy podrían ser delincuentes cómplices del régimen neoimperial de Moscú; los negocios plausibles y envidiados se convierten de pronto en anatema; lo que no merecía vacilación, ahora equivale a criminal; nos horroriza hoy lo que ayer nos enriqueció; aún contábamos las ganancias cuando cambiaron las tornas. Hemos tenido que borrar de la agenda las futuras cenas de gala con estos vecinos porque se han hecho detestables.
A mí me brota, inevitable, un rosario de preguntas.

¿Por qué hasta hace un mes nadie decía una palabra sobre estas fortunas? Había barrios enteros de Londres, Berlín o París dedicados a esta gente. Hay urbanizaciones en Andratx y Calvià que parecen Sochi. Occidente se disputaba ver quién les otorgaba la residencia legal con más facilidades, para que nos dejaran todo su dinero, lo que convierte el horror de hoy en puro cinismo. ¿Cuestionamos el supuesto delito en la obtención de estas fortunas o que estos sujetos sean rusos? ¿Necesitamos en Europa algún tipo de evidencia de la relación entre el millonario y Putin o nos basta un apellido en cirílico?

¿Debemos demostrar que esa relación es ilegal, o basta con sospechas? ¿Qué hacemos con los nacionales de países occidentales que se han sumado a la lista de aduladores de Putin? ¿Les confiscamos su patrimonio? Ahora resultará que los seguidores de Puigdemont serán delincuentes por ser amigos de Putin antes que por haber violentado el orden legal de su país.

Mientras, Occidente busca apellidos vinculados con el colonialismo o con la esclavitud, hasta ayer convivíamos con estos sujetos que hoy rechazamos. Y tan tranquilos. ¿Nos hubiera ido bien este negocio de no ser que Putin invadió un país vecino? ¿Qué nos hace pensar que la invasión ucraniana la promovieron estos magnates? ¿En qué clase de Estado de derecho vivimos en Europa, cuando la postura de un gobierno respecto de su país vecino es suficiente motivo para confiscar los bienes a los nacionales de ese país? ¿Qué convierte al millonario admirable de hace un mes en un delincuente hoy?

¿Por qué sólo las fortunas rusas están apestadas, cuando en muchos otros países ocurre exactamente lo mismo, aunque sin guerras? ¿Hemos de suponer que todos los ricos rusos son oligarcas explotadores? Lo sospechamos, pero una cosa es una charla de bar en la que no hay que demostrar nada y otra es un estado de derecho, donde debería haber presunción de inocencia, lo que equivale en la práctica a que todas las confiscaciones tendrían que ser el resultado de un juicio justo y transparente.

En contra de lo que decía Fukuyama, no sólo no se ha acabado la historia, sino que esta se repite. Se repite en que seguimos invadiendo países por nacionalismo; seguimos buscando excusas para no defender a las víctimas; continuamos creando estereotipos entre buenos y malos, confiscando hoy al que adorábamos ayer; y olvidamos que si alguna superioridad tiene Occidente, esta se deriva de que nosotros no deberíamos actuar por capricho sino por reglas transparentes, permanentes, públicas, que se aplican también a los ladrones, incluso si son rusos. Los demócratas deberíamos tener esto siempre presente. Lo cual no parece el caso.