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Dos hechos políticos han llamado la atención estos últimos días: uno, la forma en que nos han metido en una guerra, asignándonos bando mediante una aplicación impecable de la «doctrina del shock», que diría Naomi Klein (un impacto emocional tan grande que no puedes reaccionar, momento en que la parte interesada aprovecha para imponerte su doctrina). Otro, la vergonzosa y descarada traición de Pedro Sánchez y el PSOE al pueblo saharaui, que ha sido entregado a Marruecos después de cincuenta años de luchas por un lado y promesas vacías por el otro.

Ambos hechos responden a una vieja doctrina política: la «razón de Estado». Viene ésta a consistir en saltarse la ley y/o los deseos de la ciudadanía en aras de un supuesto bien mayor, evitación de peligro grave o de riesgo inminente. El gobernante, supuestamente imbuido de unos conocimientos privilegiados, importantes, secretos, toma decisiones que parecen equivocadas y que son en todo caso impopulares, pero que él considera necesarias. El concepto tiene su origen en el siglo XVI, cuando estas cosas eran normales, pero continúa aplicándose en el XXI, cuando no debería ser ni medio normal.

Conviene recordar que, oficialmente y según la ONU, España continúa siendo la potencia administradora del Sáhara. En este caso, el Ejecutivo ha ido contra sus socios de gobierno, contra la totalidad del resto de partidos y probablemente contra el suyo propio. Razón de Estado. Ello implica desnudar la verdad de las democracias occidentales, que proclaman en sus constituciones que la soberanía reside en el pueblo. Pero, ¿qué habría votado hace unos meses el pueblo soberano en un referéndum si le hubieran preguntado por la conveniencia de entrar en una guerra casi mundial? ¿Y sobre entregar el Sáhara Occidental a Marruecos?

Propiamente, ambos hechos no son estrictamente razón de Estado, sino más bien razón de un mundo posglobal, capitalista y mercantilizado. Y son el tipo de procederes políticos que señalan muy directamente dónde radica el verdadero poder: en embajadas y despachos oscuros, en oficinas semisecretas, en algunos consejos de administración y en general en los pasillos del poder real, muy lejos de las urnas y de la participación ciudadana. Me he quejado en diversas ocasiones de la calidad de nuestras democracias, hoy sumo un par de motivos más.