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He visto su imagen en los carteles de algunas paradas de autobús de la ciudad: es una vaca con gafas de sol que, aún ocultando sus ojos tras unos cristales azules, parece interpelarnos directamente, no sé si con sorpresa, pasmo, pavor o indiferencia. Esa vaca forma parte de una campaña de publicidad. Y sin importarme demasiado su propósito (soy muy de las campañas que se comen e, incluso, hacen desaparecer lo que quieren vender) me hizo recordar al pobre Casado, aquel líder del PP que todavía preside su partido aunque le hayan señalado ya la puerta de salida.

Casado pasará a la historia por haberse enfrentado a Díaz Ayuso pero, también, por su insólita campaña electoral entre vacas, presumiendo incluso de conocerlas bien y mostrando su complicidad con la vida rural. Eligió incluso granjas, y conversaciones sobre vacas, para esas tomas falsas que utilizan los partidos políticos en estos tiempos modernos como alternativa a los mítines electorales. Ay, las vacas, ay esas imágenes que te traen recuerdos del pasado. A mí, y pese a la que está cayendo, me vienen a la cabeza esos botecitos que, cuando les dabas la vuelta, emitían un sonido parecido al mugido de una vaca.

En 1914, el año en que estalló la Gran Guerra (no estaba ahí, que lo he leído) terminó también el plazo de los derechos de autor de Wagner y cómo éste era alemán y no querían saber nada de él en Francia hubo quien utilizó un nombre para ridiculizarle con su valquiria, la wachkyrie, la vach que rit o ‘la vaca que ríe’ para los carteles que llevaban los camiones que transportaban carne a los soldados del frente de guerra. Tras esa primera guerra vino otra y han venido más hasta la de estos tiempos. No sé si algún compositor ruso pagará el pato. Ni si las vacas jugarán algún papel en la guerra de ahora. Cuando suba al bus, le preguntaré a la vaca de las gafas de sol con cristales azules.