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Llevábamos setenta años sin tener una guerra global como sucedió en la Segunda Guerra Mundial, iniciada en 1939. Entonces costó mucho recuperar las ciudades destruidas, los barcos hundidos y los aviones precipitados a tierra. La cifra de fallecidos en esa terrible contienda pudo llegar a cincuenta millones de personas o más de ambos bandos. Millones fallecieron luchando frente a frente en ciudades o en tierras abatidas por los bombardeos. Y con el tiempo transcurrido, hemos pasado del miedo y pobreza, olvidando la posibilidad de nuevas guerras a este nivel. Parecía imposible volver a tantas armas, tantos cohetes, tantos heridos y tanta hambruna.

Mucha historia desapareció con la Segunda Guerra Mundial: monumentos, edificios, colegios... A Adenauer le toco recomponer Alemania ayudado por los demócratas que echaron a los nazis. En este mundo ha habido guerras caníbales, asesinatos, matanzas de hermanos, envenenamientos... Pero hoy se aniquila a la gente desde lejos, sin verse las caras y sin perdón hacia el desconocido. El pequeño zar de Moscú quiere que le devuelvan las repúblicas que perdió la URSS una tras otra. Putin no tiene intención de parar el fuego hasta ver a los ucranianos tendidos en el suelo; entonces empezará la pesadilla de los esclavos, propiedad de Rusia. Habrán de olvidar su bien ganada independencia democrática.

Los túneles del metro de Kiev han sido destinados a hospitales infantiles donde yacen curando sus heridas junto a sus madres. Están muertos de miedo por el estruendo de las bombas cayendo cerca o encima de los refugios improvisados. Los niños ya no ríen, ni juegan; se aprietan con fuerza a madres y abuelas. Los ucranianos se quedan fuera mientras unos mueren y otros matan; entre escombros y ruinas, sin comida, ni agua, ni mantas con temperaturas bajo cero.

La UE acordó, unánimemente, el envío de armas y utensilios imprescindibles, alimentos, ropa, medicamentos... Improvisaron refugios con algunos médicos y enfermeras, de tal forma llevan semanas sin que su situación desesperada mejore, sin saber cuándo acabará esta pesadilla que viven los legítimos ciudadanos de Ucrania. Ayer estaban contentos y felices y hoy, sin motivo ninguno, cayeron las casas y muros de una ciudad recuperada y nuevamente derruida. El sátrapa de Putin, un tipo inexpresivo, sentado en el sillón imperial, pretende convertir su país en el más rico e importante del mundo. Pero esta guerra no será solo entre dos bandos en conflicto, también agravará la economía europea, el desabastecimiento. Se hundirá la riqueza y el bienestar. ¡Que Dios nos ayude!