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A raíz del deterioro político que apareja la crisis por la que atraviesa el PP, de momento, el único ganador se llama Pedro Sánchez. Lo fascinante del caso en términos de ofuscación es que Pablo Casado parecía no haberse dado cuenta. Enfrascado como estaba en tareas de pura supervivencia, había perdido de vista que a los ciudadanos, salvo aquellos que tienen su trabajo en el entramado burocrático de los partidos, no les interesan las guerras fratricidas. Más aún: castigan a los partidos que entran en esa deriva. Por si no fuera suficiente la memoria de cómo se inició el proceso de autodestrucción que condujo a la desaparición de la UCD -antecesor de algunas de las familias políticas que hoy están integradas en el PP- debería haber recordado lo sucedido en Italia con la Democracia Cristiana y en Francia con el RPR, el partido de Jacques Chirac.

En política, como en la vida, nada es para siempre y, observando el crecimiento de Vox, se puede avizorar que si se prolonga la crisis el Partido Popular se arriesga a perder el liderazgo de la derecha. Situación impensada hace apenas unos meses cuando iba viento en popa en las encuestas y estaba a punto de fagocitar a los votantes de Ciudadanos como así sucedió en los comicios de Castilla y León.
Que quienes habían declarado la guerra a Isabel Díaz Ayuso, la mejor baza electoral del PP en estos momentos, lo hicieran sin pensar en las consecuencias, delata tal grado de inmadurez que les incapacitaba para seguir al frente del partido llamado a ser la alternativa al actual Gobierno de España.

Que en un primer momento se resistieran a poner en marcha un congreso extraordinario delata la misma ceguera. Afortunadamente la larga conversación que Feijóo mantuvo con Casado acabó con la insensata idea de convertir Génova en Numancia. Habría sido la fórmula segura para prolongar la crisis y de paso la sangría de votos.