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Le costaba decidirse entre ópera y zarzuela para enmarcar lo que estaba ocurriendo. Es cierto que, por la localización y por el modo en que empezó todo –al principio se asemejaba un enredo– parecía más apropiada la segunda opción. Incluso aquella manifestación del domingo en la calle Génova tenía algo de coro de zarzuela con gesticulaciones exageradas y diálogos superpuestos. La localización de los exteriores en Madrid le llevó inmediatamente a relacionar todo aquello con La Verbena de la Paloma o La Revoltosa. E incluso con La Gran Vía, donde las protagonistas son las calles (que si Cibeles le dice a Sol, o Sol a Cibeles, o Génova opina qué; igual que en estos días de trepidante sucesión de acontecimientos). En las zarzuelas –y ese otro dato que tuvo en cuenta– suele darse entrada a voces de otras regiones y casi nunca falta alguna palabra en gallego.

Así que, de las primeras lecturas y análisis sobre lo que estaba pasando, parecía quedar claro que se trataba de una zarzuela sobre (pongamos) quién se quedaría con el mantón de Manila. Pero, de repente, todo empezó a cambiar: aquello fue pareciéndose más a una tragedia e, incluso, podía terminar con un cadáver sobre el escenario. Y eso era más propio de la ópera que de la zarzuela. ¿Era Wagner?, ¿acaso estaba ante un Götterdämmerung? Salió a la calle, algo le hizo levantar la vista al pasar frente a la fachada de un teatro y se fijó en el cartel que anunciaba la próxima función.

Era Un ballo in maschera (Verdi y no Wagner, otra pista) esa ópera en la que un gobernador (que iba a ser un rey pero hubo que retocar el argumento) recibe el chivatazo de que alguien de su confianza pretende asesinarlo y, nada menos, que durante un baile de máscaras. Pues, con ese dato, igual lo que estaba sucediendo se aproximaba más a una ópera que a una zarzuela. Empezaba el Carnaval y seguía sin tenerlo claro.