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Ahora abandonas», le ordena el portero del orfanato a la pequeña Beth Harmon en Gambito de Dama cuando esta, tras perder la reina, insiste en realizar su siguiente movimiento con las negras. Tras la queja de la niña, que dice desconocer esa norma del ajedrez, él sentencia: «No es una norma. Es deportividad». Durante toda la vida no hemos parado, sin embargo, de escuchar y leer lo contrario.

Cansado de recibir un puñetazo tras otro, en el octavo asalto de su pelea con Ray ‘Sugar’ Leonard por el título mundial wélter, Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán se dio la vuelta y renunció a continuar combatiendo. Cuando el árbitro Octavio Meyrán, incrédulo, le conminó a hacerlo, el panameño le respondió con un lacónico «no más» que cuarenta años después sigue acompañándole vergonzantemente. De Roberto Durán todo el mundo esperaba que siguiera aguantando estopa hasta el final de los quince rounds. Es lo que exigimos a todos los boxeadores cuando se suben a un ring.

Como aplaudimos al corredor de maratón que cruza trotando la línea de meta una hora y media después del ganador y festejamos alborozados el gol del honor del equipo cuyo portero ya lleva encajados cinco. Nada nos conmueve más que el esfuerzo sin recompensa. Pero si rendirse nunca ha estado bien visto, perder el tiempo debería estarlo menos. Que la perseverancia no tiene nada que ver con la obstinación es lo primero que le enseñan a cualquier jugador de ajedrez y lo último que aprende un político.