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Un exleader conservador archiconocido, cuyo nombre no es necesario recordar aquí, ha manifestado, desde su óptica particular, que nuestro país, constitucional y plurinacional para unos u otros, con ansias reformistas por más de uno, está sometido en estos días al populismo y el infantilismo. ¿Es esto cierto? ¿Puede ser, señor notario, que estas manifestaciones sean, si lo dice un psicólogo, un cierto estado de frustración ante fallos cometidos y males pasados? Después de cuatro décadas de Dictadura, cuando el totalitarismo nos imponía precisamente el mundo feliz de un patio de colegio, ¿ahora viene a decirnos que todavía, con cuarenta años más, no hemos madurado? ¿Somos infantilistas? ¿Y aun así votamos como las personas mayores de las democracias consolidadas? ¿Qué será eso del infantilismo político en manos del público soberano y votante? Dice el diccionario que el infantilismo es en principio la calidad de lo infantil, algo que se identifica con candor e ingenuidad y que patológicamente quiere significar el estado de ciertas personas que conservan en la edad adulta caracteres infantiles. Y como los que tenemos en las elecciones locales, autonómicas y generales dieciocho o más años, tendrían que conducirnos a las urnas con el baby del tutiplén jocoso ya que pertenecemos a la patología antes citada. Lo mismo sucede con el populismo, o quizá populachería política, la fácil popularidad que se alcanza entre el vulgo, o sea nosotros, halagando sus deseos y pasiones. Y ya tenemos al Frankestein formado y no el otro de coalición, que tanto molesta al derechismo. Es evidente que llamar a un gobierno Frankestein es una corrupción del lenguaje y una imagen distorsionada. ¿Por qué no Drácula, cuando chupa la sangre al obrero y da la espalda al pobre de solemnidad? ¿Por qué no Drácula cuando desahucia a los que se quedan sin techo o favorece a los privilegiados? Y ya que estamos… ¿Por qué no Nosferatu, el monstruo capaz de dictar miles y miles de contratos basura? Supongo que ese infantilismo populista que se manifestaba en los campus universitarios contra la guardia gris, que repartía folletos y hojas clandestinas reclamando la democracia, que movía plataformas para la pluralidad de partidos, que buscaba la libertad sindical, que protestaba contra el inmovilismo de un régimen que el mundo miraba de reojo… lo representaban, precisamente, las fuerzas juveniles de lo que entonces eran nuevas generaciones y los populistas nostálgicos de épocas anteriores que esperaban el momento de poner los pies en la piel de toro… ¿Y ahora? La opinión juvenil en el ámbito de la política… ¿Es también infantilismo?