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Pasó hace una semana Sant Sebastià (el patrón de Palma, ya se sabe) sin nada concreto, todavía, del debate sobre la fiestas que parecía dispuesto a abrir el Ayuntamiento de la ciudad. O, al menos, eso me pareció entenderle al concejal de Participación Ciudadana y portavoz municipal, Alberto Jarabo, antes de que la pandemia cambiara el guión de la realidad. Me parece recordar –aunque ya no puedo dar nada por cierto– que, en enero de 2020, cuando el virus todavía parecía relativamente distante y no se había adueñado de todo lo demás, una noche de lluvia se llevó por delante la revetla del 19 al 20 y fueron cancelándose conciertos uno tras otro. Al año siguiente, el segundo de la Era Pandémica, no hubo fiestas ni conciertos ni tampoco este 2022.

Pero nada indica (o igual es que no me he enterado, que también es muy posible) que se haya aprovechado el paréntesis para repensar (o, simplemente, pensar) las fiestas de la ciudad de Palma. Me consta, eso sí, un intento de montar una suerte de seña identitaria sobre un panecillo que nos definiría y llenaría de orgullo, y también una competición para dar con un pastelito bautizado como Tianet. Cualquier tiempo pasado fue anterior escribía el otro día un periodista en su cuenta de Twitter. Quizá es lo mejor que se puede decir sobre las fiestas de Palma.

Es cierto que, de tanto en tanto, se mira con nostalgia y cariño los años del alcalde Aguiló pero, ni entonces tampoco, Sant Sebastià fue nunca vibrante. A veces era mejor pasarse por cualquier festejo patronal de otro sitio. En realidad, siempre he pensado que hasta que Palma tenga una canción que puedas ir tarareando de regreso de una noche de farra no habrá nada que hacer. Para repensar la fiesta, falta una canción. Y del Ayuntamiento, sólo cabría esperar que no pusiera dificultades a lo espontáneo, que se limitara a no incordiar y dejara el protagonismo a la gente.