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El Consell de Mallorca ha aprobado un nuevo Plan Territorial Insular. Este documento define el urbanismo del futuro en la isla. Francamente, no era consciente de que una herramienta así estaba siendo modificada sin un debate público amplio. No sé si es que se silencia a quienes discrepan del modelo o, mucho más probable, hay un consenso total sobre este asunto. El Plan aprobado sigue la línea de pensamiento instalada, el conservadurismo tradicional de nuestra política, sin que nadie se atreva a plantear cuestiones de fondo que exigen ser incorporadas más pronto que tarde.

Al establecer la edificabilidad en la isla, el Plan Territorial es decisivo en la solución de la cuestión de la vivienda en Mallorca. Se diga lo que se diga, y se dicen tonterías en abundancia, el problema de la vivienda es muy sencillo: si la población aumenta y la oferta de alojamiento no crece al menos al mismo ritmo, hay un encarecimiento inevitable. La corrección propuesta mediante vivienda pública y regulación de precios es charlatanería barata cuya ineficacia está demostrada. Precisamente por eso, me resulta tan chocante la falta de debate sobre estos asuntos, como si no tuvieran importancia o, más probable, como si sobre este tema no hubiera más que un discurso posible.

En este sentido, el urbanismo de Mallorca es ajeno a la realidad –o sigue siéndolo–, porque, de entrada no hay un ajuste entre las previsiones de población y la realidad. El documento ofrece una estimación demográfica falsa: se habla de un millón seiscientos mil habitantes cuando ya hace años que esta cifra se supera durante los veranos. En el mismo sentido, el plan trabaja con la percepción extendida en Mallorca de que este volumen se puede decidir desde aquí, cuando es absolutamente imposible limitar la entrada de gente, sea de dónde sea. Nada explica, simplemente porque es impracticable, cómo se va a impedir que quien quiera venga a instalarse en la isla. De hecho, nuestros gobernantes, de todos los partidos, ni siquiera son capaces de impedir que los inmigrantes vengan ilegalmente, cuanto más legalmente. ¿Qué van a hacer si esa población se supera, como viene ocurriendo desde los años sesenta? Esta pregunta, punto de partida clave en la elaboración de todo modelo urbanístico, sigue sin respuesta porque vivimos en una sociedad libre y nuestro archipiélago, pese a los esfuerzos de sus gobernantes y de la retórica sobre lo mal que estamos, es muy atractivo. Por lo tanto, la principal herramienta para empezar a paliar el problema de la vivienda probablemente vuelva a ser papel mojado. Aunque cínicamente cabe otra lectura: quién busca vivienda, quién la tiene en propiedad, a quién molesta su encarecimiento y a quién no y después pensemos en estas personas como votantes. Eso tal vez nos explique algo.

A mí también me interesa una cuestión urbanística que parcialmente debería estar reflejada en el Plan Territorial y que tendría que preocupar a los arquitectos, cuya capacidad colectiva para escapar de las dinámicas políticas al uso es mínima: la libertad para crear, es decir, la posibilidad de ser verdaderamente un arquitecto. En Baleares, el legislador se ha metido a diseñar, anulando la posibilidad de crear y nos presenta un ordenamiento jurídico que es un techo bajo el cual prácticamente no cabe nada original, singular. En Mallorca, el trabajo de un arquitecto se centra en decidir qué marca de baldosas tendrá su obra porque todo lo demás está regulado. Podríamos hacer las casas con un algoritmo para escoger entre las escasas alternativas que permite la legislación. Aunque yo comparto que en ciertos entornos debemos tener límites a la creatividad, también pienso que en Mallorca habría de existir algún espacio para hacer algo diferente. Y ese espacio lo debería proveer el Plan Territorial. Alguien una vez decía que hoy en Mallorca no se podría construir la catedral, lo cual es verdad. Ni siquiera una casa innovadora, porque las regulaciones lo determinan todo, como si el promotor fuera tonto y pretendiera gastarse el dinero en algo inhabitable. Este modelo simplemente nos sume en la grisura.

En cualquier caso, lo que más me llama la atención es que estas decisiones no generen debate. Si se mantienen los crecimientos de población a los que estamos acostumbrados, ¿de dónde saldrán las viviendas? ¿Podemos seguir diseñando una isla basada en chalets adosados? ¿Pensamos, de verdad, que la repetición hasta el infinito del mismo tipo de vivienda es lo único posible? ¿Nada de esto tiene que ser discutido? Estos silencios nos inhabilitan para quejarnos después.