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Hemos tenido un ministro invisible, materializado dos veces como una aparición milagrosa coincidiendo con declaraciones aparentemente improcedentes. Alberto Garzón dejó su anonimato momentáneamente en pleno confinamiento cuando minimizó la importancia del turismo en el PIB español, como si el sector aportara ingresos poco más que para pipas. Sí, fue una pifia, pero lo de las macrogranjas no. Son muchos los diputados etéreos, cualidad que parece común a los ministros de Unidas Podemos, a excepción de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que ha difuminado al mismísimo presidente. Sánchez los prefiere hieráticos e inactivos, para desautorizarlos cuando por fin aportan. Todos huyen del titular de Consumo como de la peste porcina, obviando que negar a Garzón ahora es negar a la OMS, la FAO y la razón.

La polémica la han fabricado partidista e interesadamente Gobierno y oposición satanizando sus declaraciones. Estar en contra de macrogranjas no es estar en contra de la ganadería. El linchamiento al que someten al ministro los negacionistas de la ciencia-realidad es indecente y requiere un debate serio y soluciones equilibradas. No valen campañas de maquillaje para atraer votos, por mucho respeto que debamos al ámbito rural y a los agricultores y ganaderos exhaustos, a los que hay que apoyar con medidas y no con conflictos. Deberían leer el didáctico artículo de González Svatetz sobre la ganadería extensiva e intensiva. Epidemiólogo, doctor en Medicina especialista en Salud Pública y coordinador del Estudio Europeo sobre Cáncer y Nutrición, con medio millón de participantes de 10 países, me ofrece más credibilidad que cualquier político que conoce la España vacía por haber hecho algo de turismo rural y proclama el cambio energético dando dádivas a las eléctricas. Resulta que la postura del ministro está basada en la evidencia científica, ésa que la demagogia entierra en cuanto puede hacernos pensar.

La producción mundial de carne, según la FAO, genera el 18 % de los gases de efecto invernadero, responsable del cambio climático. Producir un kilo de carne bovina requiere 15.000 litros de agua. Sobra ganadería intensiva, que es contaminante, insalubre y desprecia el bienestar animal, y somos el tercer productor de cerdos del mundo. También el documental de Évole debió ser un montaje. El Gobierno debería exigir el tipo de explotación en el etiquetado. Además, la salud exige reducir el consumo de carne roja, desorbitado en España, y de embutidos, clasificados por la OMS como cancerígenos para el humano en 2018. Hay relación directa con el mortífero cáncer de colorrectal, y probablemente de mama, estómago y pulmón. El excesivo consumo de carne provocó 900.000 muertes en 2020. Lo políticamente incorrecto descubre la hipocresía del poder. Hay que buscar votos y mejor no enfadar a la industria cárnica, que factura 28.000 millones de euros anuales.