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Los jóvenes no leen libros. No quieren ni oír hablar de los clásicos. No les interesa el arte. No van a museos. Son afirmaciones que muchos vamos repitiendo desde hace tiempo. Lo decimos en distintos tonos, que van de la incredulidad a la incomprensión, pasando por la impotencia.

¿El mundo audiovisual se ha impuesto claramente a las letras? Es probable. Sin embargo deberíamos plantearnos el tema de otra forma. Puede que debamos recordar aquella frase, atribuida a Francis Bacon, de que si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña.

Eso significa no quedarse de brazos cruzados. Hay que buscar nuevas vías, formas de hacer llegar la literatura y el arte a los adolescentes. Así de claro: si ellos no se sienten atraídos por la cultura, reinventemos los canales de transmisión cultural.
Cuando un alumno se queje por las tan discutidas ‘lecturas obligatorias’ en clase, intentemos olvidar por completo el adjetivo ‘obligatorio’. Es decir, presentemos a los alumnos la posibilidad de escoger las lecturas escolares entre un abanico de opciones amplio. Escojamos por ejemplo quince obras de la literatura y dejemos que elija tres. No le impongamos tres títulos de entrada. Eso se llama táctica.

Hagamos que los museos sean lugares atractivos, interdisciplinares, con actividades complementarias, donde se una el descubrimiento puro del arte con la interactuación y las nuevas tecnologías. Consigamos que detenerse a disfrutar de un buen cuadro sea compatible con otras formas de aproximación a la belleza artística.

Es lo que sucede en Barcelona con el museo Moco, que proyecta a los artistas digitales y obtiene estos días un éxito entre el público joven sin precedentes: largas colas, entusiasmo y multitud de reseñas confirmando el fenómeno. Y es que, en el fondo, lo importante es no claudicar: buscar todos los caminos, reinventarlos, para que la cultura continúe alimentando a la sociedad.