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Los estudiantes de teología no aprenden tecnología, pero los de ingeniería informática y cibernética sí que se empapan sin saberlo de teología, y seguramente encuentran a Dios mucho antes que ellos, y hasta que los clérigos. ¿Misterios teológicos? No, misterios tecnológicos. Quizá Dios esté también en los pucheros, como decía Santa Teresa, pero seguro que está en los teléfonos móviles, porque no sólo es el que es y la causa primera, sino que es digital, muy aficionado a los entretenimientos y a la vigilancia. Como Facebook, sí señor. De ahí que no haya otra teología que la tecnológica, y no sé si también viceversa. Podría ser. Esta tecnoreligión, con numerosas sectas, permite igual que cualquier otra alardear de virtud y superioridad moral (moral digital), así como crearse una identidad propia a sus fieles, pero como a diferencia de las clásicas crece a velocidad tecnológica, en cuatro días como quien dice las ha sustituido a todas. De hecho, es prácticamente obligatoria para poder vivir, ya que abarca casi todas las actividades de la vida corriente, con severas sanciones y castigos para los herejes y los incrédulos, que no pueden ni trabajar, ni divertirse, ni nada. Aquí conviene recordar que los seres humanos excretamos ficciones como las arañas hilo de araña, y que la función básica de les religiones es organizar esa colosal producción de ficciones (la mayor industria del mundo) de manera que lleguen a todos los sectores (política, economía, entretenimientos, emociones) y los permeen, impregnen, irriguen. Etcétera. Es decir, nos doten de sentido, y también a la existencia. La misión de la teología, que lógicamente llevaba su tiempo. No así la teología tecnológica, que a la misma velocidad que se ha extendido por el planeta, ha incrementado y multiplicado la cantidad de ficciones en circulación (el hecho ficcional, dicen los críticos literarios pijos), hasta volvernos a casi todos locos de atar. Digamos que si a principios de siglo el 64 % de cualquier cosa era ficción, ahora el porcentaje ficticio puede rebasar 97 %, y hasta dejar la realidad en números negativos. Qué éxito teológico. ¡La teología definitiva! Y ahora qué. Ah, ni idea. A mí no me pregunten.