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Se acerca el día de los Santos Inocentes, y nosotros, aquí, entre expectantes y boquiabiertos con la algarabía de la ómicron y la sexta ola, en espera del tsunami definitivo que nos confirme que no vivimos en una inocentada que dura ya dos años, aunque abunda la sospecha de lo contrario. Más que una pandemia, parece que vivimos una lotería de la que, como mucho, sólo deseamos el reintegro.

Buena inocentada, la del emérito, para cuyo regreso al país, dicen, le han buscado plaza en una de las residencias para mayores de la Ayuso. Una solución expeditiva y probablemente final. Sánchez ha estado presto al quite y ha negado la mayor, mientras que la Casa Real calla. Será porque están preparando, como cada año, la inocentada del discurso de Navidad.

Otro que ha sufrido inocentadas, y de las gordas, es el nada proteico Aznar, Jose sin acento para los amigos, que tras gastarse una pastizara desde la Faes en campañas para promover la ultraderecha en Sudamérica le van creciendo los enanos rojos en Perú, Chile y lo que le espera en Colombia y Brasil. Qué cara se le ha puesto al hombre.

Y los editores de Baleares tampoco se han librado. El Institut d’Estudis Baleàrics (IEB, en su acrónimo) ha conseguido cuadrar el círculo en la convocatoria de este año: llegar al final del plazo establecido para la presentación de la documentación requerida para los libros subvencionados sin haber publicado aún la resolución sobre las concesiones de las ayudas. Aunque más que una inocentada, todo apunta en ese caso a un alarde de incompetencia.