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La fiscalía suiza ha archivado la investigación sobre el más famoso de los eméritos. Lo que ha valido para que la prensa derechista española esté de celebración. Como si el viejo Borbón quedara así exonerado de responsabilidad. No se quiere entender el enorme daño que ha hecho a la democracia con sus negocios privados, algo inédito en el resto de democracias del mundo en general y de Europa en particular. Y esto no tiene nada que ver con las legalidades, si se le puede perseguir o no, ni siquiera con la investigación de la fiscalía suiza -y la que quiso parecer lo mismo por parte española – y su archivo.

Tampoco es a estos efectos importante lo que acontezca con la seria acusación contra él ante un juzgado de Londres por parte de su ex pareja de hecho, Corinna Larsen. Que no es baladí. El pobre magistrado se quedó turulato cuando la defensa del Borbón adujo que es inmune a la ley. Y es que en las democracias plenas ese concepto -que aquí en España se da por supuesto para el rey actual y su antecesor y a nadie parece importarle en absoluto - es incomprensible. ¿Cómo puede haber alguien inmune a la ley? Pues eso mismo es lo que el Borbón reclama a la justicia británica. Como lo es aquí. Lo que nos convierte en un caso único. No hay otra democracia en la que pase algo igual. De hecho democracia y esta aberración no son compatibles. El único país de la Unión Europea que mantenía una viejísima ley de blindaje de la monarquía -no tanto, pero algo semejante a la española – era la belga y no hace muchos meses que su Tribunal Constitucional dejó sin efecto alguno esa previsión legal porque no «es compatible» con los usos democráticos. En la España madrileña y gubernamental nadie se dio por enterado. Sobre todo la prensa derechista cortesana. Faltaría más.

Volvamos al personaje. El Borbón, que ha sido durante casi 40 años Jefe del Estado español, ha reconocido – a través de dos regularizaciones fiscales – que hizo negocios privados estando en el cargo público y que, además, no cumplió con sus obligaciones ante la Hacienda Pública del Estado cuya jefatura ocupaba. Es tan, tan, tan… de todo que no puede caber en cabeza alguna una monstruosidad tal. Increíble, sí, pero cierto. Imposible encontrar un caso igual en otra democracia, por supuesto. Es una locura de tal magnitud que sólo esto basta para demostrar la catadura moral del personaje y la dramática peculiaridad española que se lo ha permitido y se lo permite. No extraña que el juez de Londres alucine en colores con la defensa del Borbón y con nuestro país y haya pedido a Madrid a ver si por favor alguien le explica qué puñetas es eso de la inmunidad ante la ley española que dice el emérito que tiene y cómo podría afectarle ante la ley democrática plena británica. Ya veremos qué pasa con ello.

Lo importante del episodio es que va quedando meridiano el enorme impacto del asunto Borbón en la credibilidad de nuestro país. Por ejemplo, ha hecho más por el independentismo catalán en los tribunales europeos el viejo monarca dimitido, desnudando en público su absoluta falta de ética en la gestión de su cargo público particular, que cualquier otra cosa. Los jueces europeos, ante los espectáculos de Borbón y Cía, ¿cómo no van a empezar a dudar de si tienen razón los separatistas cuando dicen que la democracia española no es plena?

Da igual que el antiguo monarca siga su raro exilio dorado o vuelva a España. Qué más da. Pase lo que pase con él, lo relevante no es que haya embrutecido su imagen para siempre -allá él con ella – sino que nos ha tirado encima, a todos, al país, enormes cantidades de porquería, dejando claro ante el mundo que no somos una democracia plena. Esa responsabilidad, por mucho que la cortesana prensa quiera ocultarlo, es lo que por ahí afuera más daño nos hace. Y el que nos hará. Porque en lugar de reaccionar y rectificar la aberración de esa inmunidad vergonzosa y antidemocrática, como sería lógico y como pasó en Bélgica, ni su hijo y heredero en el cargo, ni el Gobierno ni nadie que tenga capacidad de cambiar algo está por la labor. Se apuesta por dejar pasar el tiempo. Pura españolidad.