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Definitivamente, no se puede generalizar. En nada. A mí me gustan muchísimo las alcachofas, lo que no quiere decir que me gusten los capullos. Al contrario, me suelen sacar de quicio. Salvo unos capullos muy específicos. Las alcachofas. Procuro pensar en ellas para corregirme del feo vicio de generalizar, que además es irracional y conduce a juicios estúpidos y sectarios. A veces ni así logro evitarlos, pero hoy lo intentaré con uno de los fenómenos generalizados que más detesto, quizá por ser un hervideros de capullos. Las redes sociales, sobre las que esbozaré un desolado elogio. Porque he comprendido finalmente, haciendo de tripas corazón, que no se puede generalizar con ellas. Las denostadas redes, en efecto, han hecho un gran bien a la humanidad.

Nos han explicado, con cifras, datos, ubicación, género y número, cómo es la gente. Cómo somos. Lo sospechábamos, pero ahora lo sabemos. Novelistas, psicólogos, filósofos, sociólogos y curas, además de poetas, llevaban siglos intentándolo (saber qué somos), pero no les terminaba de salir. Demasiadas variantes, demasiadas contradicciones, no había consenso científico. Hasta que las redes sociales, con miles de millones de datos, nos pusieron en nuestro sitio. Somos así, precisamente. Se acabó el enigma que atormentaba a la especie humana. Y hasta los convencidos de que no somos de ninguna manera, según, depende, hemos tenido que rendirnos a la evidencia, que es una evidencia con pelos y señales, nombres y apellidos. Desoladora, y de ahí lo desolado del elogio.

Ahora que todo es digital (las relaciones, los bancos, la información, el dinero, la fe), y la intimidad de cada uno se ha vuelto global, sabemos sin sombra de duda que por nefastos que sean nuestros políticos, y canallescos ciertos líderes (digamos Trump), la mayoría de sus afines, gentes del montón, aún son peores. Si mandasen, y no digamos si mandasen los filósofos de la república platónica, sería espeluznante. Cómo criticar entonces a estos torpes dirigentes. Las redes sociales, donde se entiende todo, nos han curado de espantos. Aunque ahora que acabo el elogio, noto que podría habérmelo ahorrado. Igual el argumento de la alcachofa no era muy acertado.