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Un ominoso manto de silencio se extendió estos días sobre la prensa y la clase política europea y mundial. En las elecciones a alcaldes y gobernadores del pasado 21 de noviembre en Venezuela, a las que por fin se presentó la oposición, el chavismo bolivariano venció limpiamente en 20 de los 23 estados del país, además de en la capital Caracas. Los comicios estuvieron atestados de observadores internacionales –como siempre lo estuvieron– incluidas la supervisión de Naciones Unidas, la estadounidense Fundación Carter y la Misión de Observación Electoral europea.

Parece que a los venezolanos ni Nicolás Maduro les parece un tirano ni el pelele neoliberal Juan Guaidó les parece un libertador. Resulta que, oigamos lo que oigamos por aquí, el pueblo venezolano ha preferido valorar las mejoras en sanidad primaria, educación (6 % del PIB, erradicación del analfabetismo y creación de 42 universidades), el acceso a la vivienda digna (más de tres millones de viviendas entregadas, que llegarán a cinco), el creciente acceso a la sociedad de la información y la mejora de las pensiones. Hay, sin duda, sombras, como la terrible inflación y sobre todo la persistente violencia callejera, pero los resultados están ahí.

Con estas elecciones debería terminar la excepcionalidad. La oposición ha tenido que presentarse, y por tanto reconocer implícitamente al Gobierno de Maduro. La Unión Europea y Estados Unidos no pueden sostener más el reconocimiento al golpista Guaidó ni las sanciones. Quedan al descubierto, para oprobio de Occidente, los bloqueos y presiones, el robo que el Reino Unido hizo de fondos venezolanos y la indecencia de esas élites venezolanas simpatizantes de Donald Trump y Jair Bolsonaro, amigas del Opus Dei y de los cayetanos españoles –y que, por cierto, se están comprando la mitad del madrileño barrio de Salamanca–.

Para el capital vale todo contra quien se aleje de la ortodoxia capitalista, sea Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, Lula da Silva o José Mujica, como antaño Salvador Allende y tantos otros en el mundo. Sin duda los gobiernos tienen fallos y límites, pero incluso para los parciales, estrechos e interesados criterios democráticos occidentales, guste o no, el gobierno venezolano es legítimo y democrático. A la vista de los hechos... ¿lo somos nosotros?