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Es muy difícil escribir una larguísima novela sin errores de estructuración ni faltas de coordinación entre sus partes, con personajes y acontecimientos múltiples. Y, sin embargo, Ayn Rand lo consigue sin caer en confusiones, dentro de una trama narrativa extremadamente compleja. La historia que se cuenta en La rebelión de Atlas es la de una rebelión, en efecto, la de una huelga universal de emprendedores, investigadores y racionalistas con iniciativas creativas y productivas y que, viéndose menospreciados, calumniados, odiados y hasta perseguidos por dirigentes de masas inoperantes, envidiosas y sin capacidades de esfuerzos, deciden parar sus actividades y dejan el mundo en manos de incapaces y teóricos estúpidos para que la sociedad se hunda en la pobreza.

Desde el principio de la novela, se nos presenta a la protagonista femenina como una mujer dinámica, audaz y enérgica, pero también impopular ya incluso en su niñez, en la escuela, cuando es odiada no por hacer las cosas mal sino por hacerlas bien y sacar las mejores notas. Su impopularidad se acrecienta al convertirse en una mujer que sabe enfrentarse a los idiotas, los que no soportan las excelencias de las gentes virtuosas y valientes que son las que transforman el mundo alejándolo de las tinieblas, pobrezas y desvaríos medievales, desvaríos protagonizados por los mezquinos individuos resentidos ante los logros de los hombres superiores.

¿Cuándo se deshace una sociedad según Rand? Pues «cuando veáis que para poder producir, necesitáis autorización de quienes no producen, cuando observáis que el dinero fluye hacia quienes trafican, no en bienes, sino en favores, cuando veáis que los hombres se enriquecen por soborno y por influencia en vez de por trabajo, y que tus leyes no te protegen contra ellos, sino que les protegen a ellos contra ti, cuando veáis la corrupción siendo recompensada y la honradez convirtiéndose en autosacrificio, podéis estar seguros que vuestra sociedad está condenada».

Los culpables de la sociedad a la deriva no son solo los resentidos, sino los que apoyan a estos, los que aborrecen la producción y el comercio, los surgidos por amiguismo, los «intelectuales» que «no tienen ningún sentido de la realidad práctica» y que son los creadores de una moralidad de culpa hacia los emprendedores, a los que les gustaría asfixiar con normativas sin sentido. De todo esto y más trata la novela de Rand, novela que tiene, sin embargo, sus fallos. Es, por ejemplo, innecesariamente extensa, con repeticiones e insistencias doctrinales constantes que sustraen agilidad a la narración.

Pero lo peor de la novela, según mi punto de vista, es la reducción de los personajes al simplismo máximo. Son todos ellos personajes planos, unidimensionales y reducidos al esquematismo maniqueísta de ‘buenos’ y ‘malos’, o sea, algo propio precisamente de las literaturas novelísticas de los adversarios ideológicos de Rand, los que ella aborrece.
Así y todo, vale la pena leer La rebelión de Atlas, aunque sea solo para entender, o enfrentarse, a un modo intelectual de razonar nada en concordancia con las modas actuales, casi siempre alineadas dentro de un ‘progresismo’ más que discutible y que marca el camino único de lo políticamente correcto.