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Parece que la pandemia ha entrado en fase intermitente, como los matrimonios. Que ahora sí, ahora no; aquí sí, aquí no. Llega la sexta ola (o la cuarta, según dónde), pero hoy no, mañana. Como los partidos de fútbol farragosos, cuando el cansancio desordena a los equipos, y el balón empieza a ir de portería a portería, ahora ataco ahora defiendo, con lo peligroso que es eso. Tras la fase briosa, todos los fenómenos, universales o domésticos, y también todas las criaturas, entran en una fase más incierta, intermitente, antes de pasar a la fase crepuscular definitiva. Con periodos de euforia y de desolación, con subidas y bajadas (de contagios, de restricciones), movimientos pendulares, idas y venidas. Aumenta la incidencia, remite la incidencia. Como si nos hubiéramos casado con el puto virus.

Naturalmente, la intermitencia se caracteriza por el desconcierto que genera; errores y aciertos se alternan y confunden, nada dura. Un sinvivir. Intermitente: Que se interrumpe y prosigue cada cierto tiempo de manera reiterada. En eso de la reiteración se nota que estamos en fase intermitente. ¡Reiterada! Todo se vuelve episódico, no hay dónde agarrarse. En Alemania, Austria o Países Bajos, donde estaban mejor, ahora están peor. Y viceversa. La monótona mecánica del péndulo, clave de la intermitencia. Los remedios o medidas preventivas también se vuelven intermitentes y pendulares; ahora mejoro ahora empeoro, ahora escalo ahora desescalo, etc. La cosa es menos calamitosa que en la fase aguda y continua de escalada, pero la sensación de calamidad, como la sensación térmica, es mayor. Por la reiteración de marras. «Otra vez», «Siempre igual», refunfuña la gente.

Aparentemente esta fase es más llevadera, pero si empieza a eternizarse, saca más de quicio. No hay nada peor que la intermitencia interminable, que sí, que no, que sí, que no… Menuda cabronada. También hay cabrones intermitentes, y no por eso son menos cabrones. Normal que en la fase intermitente de esta pandemia, o de lo que sea (ya hemos dicho que ahora todo es intermitente, como la vida misma), se multipliquen los problemas mentales. Disminuye la cantidad de epidemiólogos, pero aumenta la de psicólogos. Y a mí me ponen la tercera vacuna esta semana, porque los viejos ya somos de natural muy intermitentes.