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Llevan veintiséis años reuniéndose para detener las emisiones de CO2 y desde entonces éstas se han duplicado. La Conferencia de las Partes para el Cambio Climático (COP) no ha decepcionado a nadie porque ha cumplido su proverbial inacción: Vagos acuerdos de buenas intenciones, no vinculantes y no sujetos a sanciones, es decir, de esos que luego nadie cumple, aderezados con diversos delirios tecnooptimistas y falsas «soluciones de mercado».

La COP26 debería haber sido –literalmente– la reunión de gobernantes más importante de la historia de la humanidad, más que Potsdam o Yalta, pero como siempre ha fracasado estrepitosamente. A la falta de soluciones reales se añadió el recochineo habitual, pues todos los descaros al uso estuvieron presentes: se le dio la palabra a la casta de los superricos, ese 1 % de la humanidad que manda en el mundo, causante del doble de emisiones que la mitad más pobre, los mismos billonarios que llegaron con sus cuatrocientos jets privados. La comitiva más numerosa fue la conformada por las compañías de combustibles fósiles, que en total sumaban más representantes que cualquier delegación nacional, institución o ONG. Los propios patrocinadores de la cumbre eran empresas con enormes emisiones y que aprovecharon para hacer su habitual ejercicio de greenwhasing. El mismo presidente de la COP, Alok Sharma, dedicó toda su carrera profesional a promover la industria petrolera y el fracking, impedir cualquier regulación de las emisiones de carbono y, en general, a dejarse el alma en sabotear cualquier propuesta de alcanzar el cero neto de emisiones.

Por el otro lado, mientras 2.000 científicos y 700 ONG pedían desesperadamente un «tratado de no proliferación de la energía fósil», faltaron los activistas que no fueron invitados. Según me contó gente de Extinction Rebellion presente en Glasgow, la presión, vigilancia e infiltración policial contra ellos durante esos días resultó insoportable.
El mundo lo construyen, poseen y manejan entre el gran capital, los políticos de turno serviles con éste –casi todos– y los grandes medios de comunicación. En la COP26 lo han escenificado tal como se esperaba, como siempre, sin decepcionar, lo que debería generarnos inquietantes reflexiones sobre la calidad –o la realidad– de nuestras democracias.