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Si la vida es un cuento de ruido y furia contado por un necio que pasea por el escenario y que no significa nada (Macbeth, Shakespeare), el miedo y la duda se han convertido en estos tiempos en parte fundamental del día a día y de la construcción de la realidad. El miedo, que suele ser bastante irracional, y la duda, que parece fundamental para avanzar, son conceptos agitados por la ultraderecha que, poco a poco, gana presencia en el debate.

Es posible que el mundo de las redes sociales lo esté haciendo más fácil. Pero no solo. No lo sé. El cambio de tiempo –cuando llega el invierno de repente de la mano de una borrasca que se llama Blas, por ejemplo– te lleva a ponerte metafísico y preguntarte por asuntos que con el sol pasarían más desapercibidos. Igual tiene la culpa el edredón de invierno, que permite taparte hasta la cabeza y aislarte de todo o que cueste tanto salir a la calle con tanta lluvia. Quién sabe si eso es lo que puede llevarte a conclusiones no sé si precipitadas pero que pueden asustar un poco, como esas historias de miedo para leer en la oscuridad; que, por otra parte, es como mejor se leen las historias de miedo.

¿Qué pasaría si Hitler, o alguien parecido, asomara la cabeza en los años veinte y treinta de este siglo? ¿Acaso no sería todo igual a lo que sucedió en los veinte y treinta del siglo pasado? Igual todo iría, todavía, más rápido. El ruido y la furia, en combinación con los miedos y las dudas, navegan por las redes sociales con una facilidad pasmosa, se convierten en mar embravecido y desatan olas que luego manejan los discursos populistas de la ultraderecha que van colándose poco a poco en el día a día. Sí, igual todo es culpa de Blas (habrá quien recuerde que así se llamaba también un líder de la extrema derecha en la época de la Transición) y de este cambio de tiempo. Es lo que le faltaba a este cóctel de ruido, furia, miedo y duda.