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T ras el infierno pandémico, el Govern de Armengol lanza las campanas al vuelo y se propone –gracias a la lluvia de millones que llegan de Europa y de la insularidad– emprender un festín de obra pública tras años de parón inversor. Estas noticias, que quedan siempre muy pintonas en los titulares de la prensa y en los informativos televisivos, suelen tener trampa. Los Presupuestos autonómicos no proporcionan datos claros sobre el destino de esa millonada, que esconden bajo la enigmática fórmula «palanca de crecimiento y mejora del modelo productivo», es decir, un blablá en el que cabe casi cualquier cosa.

Y ahí es donde entra el temor. Porque de estas noticias hemos visto muchas. Como aquel Parc de ses Estacions que se construyó dos veces, el faraónico palacio de la ópera que soñaba Jaume Matas y que nunca nació, el Palma Arena que no sirve para nada, las ideas grandilocuentes de soterrar el Passeig Marítim, el tranvía que recorra la Bahía, etcétera, etcétera. Todo bluf. Carísimo, eso sí. Mejorar el modelo productivo balear es urgente, aunque será tan complicado que creo que nadie lo logrará.

Para empezar por el bajísimo nivel de formación de la población de las Islas, adonde cada día llegan nuevos habitantes sin más que ofrecer que sus dos brazos. Es decir, para cubrir los puestos de trabajo más básicos, que son los que crea el negocio turístico. Cualquier otro tipo de industria requiere personal cualificado y eso es algo que no se improvisa. Primero hay que crear los centros de formación y luego esperar a que pasen suficientes años para tener miles de obreros preparados. Y empresarios audaces, con visión de futuro y ganas de arriesgar, que creen el nuevo tejido productivo.