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Aquienes no vivimos fabricando la realidad, las frases de los libros más importantes son las que nos retratan lo que vemos, sufrimos y padecemos en la vida. Hannah Arendt o Dante siempre me impresionan porque lo que exponen son experiencias universales. Arendt escribió que el totalitarismo tolera especulaciones intelectuales pero jamás un hecho que contradiga su fórmula que lo explica todo. El totalitarismo no es solo ‘policía del pensamiento’ sino que es policía de los hechos. Para los fascistas no hay nada más odiado que grabar un acto del líder o la líder que no sea sano y perfecto. Ni hecho real que no sea quemado por el fuego del monstruo social organizado. Cuando se organizan apiñados fabricando el futuro, no les recuerdes lo que hacen cada día. La mafia no quiere que la graben, un movimiento de ciencia ficción tampoco. Me cuenta un distribuidor de mi libro A la caza del contaminado, que cierta librería admitió de entrada mi libro para venderlo al leer el título creyendo que yo exigía cazar contaminados, pero al ver que retrataba como un diario lo que los actores hacen día a día fabricando la película pandémica, lo rechazó con odio frío e inquisitorial. Lo mismo hacen los que creen que la humanidad está podrida por ‘comer mal’ y otras formas de proclamar que hay que ver morir a los que no son de los ‘nuestros’.

Es curioso: si el virus y los primeros meses de someter toda realidad a la fórmula «el virus lo domina todo» fuera algo que padecieron los protagonistas, funcionarios o seguidores, ¿por qué odian tanto que quede constancia de lo que dicen y hacen? Si el virus es el malo, ¿por qué quemar los libros que recuerdan los actos diarios de los masificados protagonistas? Si el BOE lo dicta el misterioso bicho incontrolable, ¿por qué no recordar que la tele decía ‘el planeta respira’ mientras contaban ‘muertos de COVID’ o que te miraban como a un moribundo peligroso por toser en la calle? Quemar la realidad es fundamental si una construcción virtual debe convertirse en realidad viviente. Ni un solo acto debe ser recordado. Y todo acto brutal, ilegal o dudoso de la divinizada comunidad de fieles es atribuido a un ente misterioso.

El apagón ya se acepta como decretado por el cielo y natural o los marcianos mientras inflexiblemente abortan el descontento ahora más que nunca atribuyendo lo provocado por el Estado y su comunidad divinizada a extraterrestres, la mano del judío y, por supuesto, no falta quien sentencia a muerte misteriosa a los pecadores que comen demasiado azúcar.