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Este jueves, Mallorca celebra el día de ‘les Verges’, una de las fiestas del calendario de mayor tradición local y una de las fechas más esperadas en nuestros pueblos. Cuentan nuestros mayores que antiguamente durante toda esta semana, las cocinas olían al aceite con el que se freían los buñuelos. Lo de los buñuelos formaba parte de una tradición arraigada que otorgaba identidad cultural a nuestra tierra. Algo autóctono, como dicen ahora, propio de la Isla, del lugar, de nuestra idiosincrasia mallorquina.

El 21 de octubre es el día de ‘les Verges’ que el santoral dedica a santa Úrsula, mártir cristiana del siglo IV. Cuenta la leyenda que la santa fue martirizada junto a las once mil vírgenes –de ahí lo de ‘les Verges’– que la acompañaban en su peregrinación a Roma.

Aunque también son muy antiguos, los buñuelos llegaron después. Mi abuelo decía que cada buñuelo representaba a cada una de las once mil doncellas por lo que en la Isla se tenían que freír, al menos, once mil dulces. En nuestros pueblos y barrios, las jóvenes solteras hacían buñuelos con los que agasajaban a los jóvenes pretendientes quienes, a su vez, la víspera de la fiesta las rondaban por las calles con serenatas.

Hoy esta tradición está casi desaparecida. Ni ellos cantan serenatas, ni ellas cocinan buñuelos. El tiempo manda y la sociedad dicta. La semana pasada, alguien dijo que la fiesta de ‘les Verges’ era una tradición patriarcal, machista y sexista que tenía que desaparecer y que hoy no se podía celebrar. Fue entonces cuando me entristeció pensar que comer buñuelos esta semana dejaría de tener sentido y se perdería una tradición que tanto había ilusionado nuestros mayores y que desaparecería una de las tradiciones antiguas de nuestra tierra. Pero fue en ese momento cuando estuve a punto de decirle «vete a freír buñuelos», pero no lo hice.