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Un conocido me cuenta que tras sugerirle la cajera de un supermercado una ayuda para La Palma, muy cortésmente él se avino y preguntó a través de qué centro, institución u organismo se canalizaba la ayuda puesto que no había visto cartel o folleto alguno referido al asunto. La respuesta fue tan contundente como poco estimulante: «No lo sé». Ello ocurría en Mallorca, lejos de la isla del volcán, pero a tenor de las informaciones que llegan desde allí el desbarajuste no es menor. Se sabe que existen unas cuentas oficiales en las que se han ingresado miles de donaciones pero poco o nada se conoce acerca de su reparto entre los necesitados. Quienes han perdido sus casas, sus lugares de trabajo... lo es tán fiando casi todo a las ayudas de amigos y familiares, desconfiando de una burocracia muda, que lo único que transmite es una mayor inseguridad. ‘Salvar la burocracia’ es la consigna de unos afectados que no dejan de encontrar trabas y complicados trámites a la hora de acceder al registro, consultar el catastro o ser atendidos por el notario. Un cierto humor negro les lleva a afirmar que el volcán va mucho más rápido que la burocracia. Es cierto que hay oficinas de atención habilitadas por el Gobierno canario pero también lo es que no están dando los resultados apetecidos. Cuesta entender, por ejemplo, que de los 6.000 evacuados –en el momento del recuento– tan sólo 280 estén instalados en hoteles pagados por la comunidad. Son datos y circunstancias a tener en cuenta cuando llegue la calma y la hora de que quienes están al mando de las instituciones se hagan valer y repartan condecoraciones. Algo que, por cierto, bordan.