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Hace poco leí lentamente y con suma paciencia las 1.226 páginas de la novela La rebelión de Atlas de la filósofa Ayn Rand (San Petersburgo 1905 – Manhattan 1982), novela que, entre otras cosas, es una defensa acérrima de la integridad intelectual, la lógica y la razón.
Y estos últimos días también acabé la lectura de otra obra de esta autora ruso-americana.

Me refiero al ensayo El manifiesto romántico, del que no solo me sorprendió el título sino más todavía su contenido al constatar la apología que se hace de un movimiento cultural que se halla en las antípodas de todo racionalismo.

¿Cómo es posible que Ayn Rand haga un alegato del romanticismo y del racionalismo al mismo tiempo? Para responder a esta pregunta es imprescindible entender lo que nuestra autora entiende (acertadamente o no) por romanticismo.

De unos modos muy explícitos Ayn Rand dice y repite constantemente que el único mandamiento moral del hombre debería ser el pensar correcta y obligatoriamente. Expone estas ideas en sus novelas y ensayos. En el pensar con coherencia y rigor «hallamos la única virtud cardinal del hombre». O decidimos ser racionales, opina, o somos unos desgraciados animales abocados a la pobreza, la miseria y al exterminio. «La lógica es el arte de identificación no contradictoria» afirma también Ayn Rand. Y lo dice ella, la que luego se contradice a sí misma (o así lo parece) con la exaltada defensa del movimiento romántico.

¿Qué es lo que a la escritora le atrae tanto del romanticismo? Pues es la afirmación rotunda que esta corriente cultural-filosófica hace del individualismo y la voluntad personal, creadores ambos de los valores para entender la naturaleza.

Si partimos, sin embargo, del pragmatismo filosófico (el que evalúa más los resultados de los hechos que la veracidad de los mismos en sí mismo considerados) tendremos que admitir que los románticos no solo no entendieron la naturaleza y la realidad, sino que huyeron de ella precisamente por no entenderla y al comprobar que no satisfacía sus deseos, los que estaban muy por encima de lo que ella podía ofrecerles para calmar sus desmesuradas ansiedades.

Los románticos no entendieron la realidad. Ni la aceptaron. Ni se enfrentaron a ella. Lo que hicieron fue simplemente huir de ella. Su huida, como sabemos, fue una fuga de sus respectivos espacios y tiempos: unos se escaparon a pasados o futuros idealizados y otros a imaginarios países exóticos que les resultarían tan frustrantes como los propios. También emprendieron la fuga por medio del desarraigo con alcohol, drogas o alucinógenos. O lo hicieron de un modo más contundente y radical: con el suicidio.

El romanticismo fue, entre otras muchas cosas, un rechazo a la vida, la que los románticos no entendieron de ninguna de las maneras. No la entendieron porque precisamente la abordaban no con la racionalidad sino con el instinto descerebrado. La racionalidad era para ellos simplemente repudiada por ser limitadora de las libertades creativas y molesta coacción con barreras normativas.

Sin duda Ayn Rand se confunde. Con emociones no se piensa correctamente, sino que todo se enmaraña hasta la locura.
Sin embargo, seguiremos con Ayn Rand en próximos artículos. Y lo haremos a pesar de las discrepancias.