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Tal vez por la pandemia el Barça de ahora me recuerda sobremanera al Barça de mi infancia. El Barça que me hacía llorar cuando era un mocoso y que me produce un inequívoco halo de nostalgia. El aficionado de más de 50 años recordará que el Barça de Cruyff como jugador sólo trajo en 5 temporadas una exigua Liga y una Copa del Rey, nada en comparación con los más de 30 títulos de Messi.

Ese Barça que tiró una liga a favor de la Real Sociedad cuando llevaba 5 puntos de ventaja (la victoria sólo valía 2 puntos) o que, más pupas que el Atlético de Madrid, perdió otra liga por el secuestro de Quini. Ese Barça que fichó al mejor, Maradona, y que sólo le duró dos temporadas donde el Pelusa sólo disputó la mitad de los partidos, una por una teórica hepatitis (las malas lenguas hablaron de una enfermedad venérea) y otra por la famosa lesión provocada por una entrada asesina de Goicoetxea. Ese Barça que ganó una liga tras la marcha de Maradona britanizando a su plantilla, con un escocés noctámbulo y escaso de calidad como delantero centro. Ese Barça que, con todo a su favor, tiró una Copa de Europa en una horrorosa tanda de penaltis frente al Steaua de Bucarest, un equipo mediocre más allá de sus fronteras.

Ese Barca que tan solo ganó la liga 73-74 y la del 84-85 en dos décadas, hasta que Cruyff aterrizó como entrenador a finales de los 80. Pese a que los siguientes 30 años han sido fructíferos en cuanto a Ligas y otras copas, no dejo de pensar que el tan cuestionado entrenador actual, Ronald Koeman, fue el artífice de la primera Champions. Y ahí debía haber quedado, siendo el héroe de Wembley y no la caricatura en que se está convirtiendo. De todos modos, bienvenido sea el retorno del genuino Barça, aquel que de verdad te convierte en un auténtico y sufridor barcelonista.