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Los de mi generación nos dividimos entre los que estuvieron en Nueva York cuando todavía era posible visitar las Torres Gemelas y los que llegamos tarde. La generación anterior a la mía tenía como hito de referencia para establecer eso que se llama un antes y un después en sus vidas la caída del Muro de Berlín: un día estaba allí y al día siguiente seguía estando más o menos igual pero ya no servía para nada. Del mismo modo que hay acontecimientos que nos identifican, todos podríamos expresar la duración de nuestra existencia por el número de papas, de presidentes de los Estados Unidos o de campeones olímpicos de los 100 metros que se han ido sucediendo durante ella. Yo particularmente prefiero contar mi vida en papas porque hay menos posibilidades de descontarse: desde san Pedro hasta hoy han pasado 2000 años, pero papas solo 266, uno cada siete años y medio (y eso que Juan Pablo I bajó mucho la media). Es verdad que contar papas igual resulta un tanto menos preciso (yo mismo cuento solo cinco papas y en cambio doce presidentes americanos y otros tantos campeones olímpicos de los 100 metros), pero, aun así, bastante más preciso que contar reyes de Inglaterra (uno) sí que es. Pasa lo mismo con el fútbol.

Entre que tu vida te haya dado para ver al Real Madrid levantar siete copas de Europa o, en cambio, solo seis van dos generaciones. Lo que viene a ser, para entendernos, cinco papas, ocho presidentes y rebajarle dos décimas al récord del mundo.