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El tiempo, el miedo y el olvido esculpieron sus estrechas calles preñadas hoy de silencio y soledad, hace tiempo que el último anciano detuvo su sempiterno caminar, años desde que los niños dejaron de nacer, siglos desde que se apagaron sus alegres gritos y sus risas. Cerró la vieja escuela, callaron los pupitres, enmudecieron los maestros. En los viejos muros que inútilmente pugnan por no volver a la tierra solo se oye el eco de lo que quienes los habitaron callaron, las palabras nunca dichas, los abrazos no dados. Mariposas mancas y perros sordomudos se han adueñado de lo que, un día, fue placenta de deseo, de sueños y anhelos. Aguardando un futuro que nunca llegó, todos se fueron yendo. Empezó uno, el más osado, al que siguió otro, el más joven, más tarde muchos, empujados por el miedo y el silencio. El manto negro del olvido se llevó a los pocos que quedaron. Empezó uno, el más callado, al que siguió otro, el más alegre, más tarde los demás, ahogados en la niebla gris de la abulia.

Los vi partir, lenta e inexorablemente, los vi partir. Cada uno se llevó un pedazo de lo que fui. Cada uno cargó de silencio mi corazón y de mil años mi espalda. ¿Cuándo?, ¿cuándo fue que dejé de vivir?, ¿acaso cuando cerré mis ojos para no ver?, ¿quizá cuando tapé mis oídos para no oír sus gritos?, ¿o fue cuando callé para no comprometerme?, ¿o cuando cerré la puerta de mi corazón a todo lo que pudiera doler?, ¿cuándo?, ¿cuándo fue?

Hoy, cuando amarillean las últimas hojas de lo que seré, miro a mi alrededor y solo veo pueblos abandonados, solitarios pueblos que se cayeron de los mapas, inútiles aldeas que nunca supieron que no lo fueron. Hoy, ciego de belleza, camino sin sentido por las calles de lo que pude haber sido escuchando aquellas lejanas voces que, sin saberlo, me regalaron vida. De vez en cuando vuelven a mí. Son versos no escritos, canciones jamás cantadas. Lo que pude hacer y no hice, lo que pude amar y no amé. Y las voces gritan mi nombre desde un banco donde solo se sienta el olvido, desde una playa que nunca vio el mar. Un bosque sin árboles acuna mi soledad. Y es al escuchar esas voces, solo esas voces, cuando reencuentro los viejos sueños que me empujaron a andar. Solo recobro mi voz cuando me habita su ausencia, cuando el candil de la memoria apaga la luz del olvido. Y es entonces, solo entonces, cuando abro mis ojos y vuelvo a ver. Y es entonces, solo entonces, cuando me llega esa voz tan conocida a la que tantas veces callé y me susurra: Vamos, no te rindas, todavía son muchas las batallas que nos quedan por perder.