TW
2

A mí el jarabe de palo me lo daba don Cirilo, que fue mi maestro, y el hombre que más y más fuerte me ha pegado en este mundo. ¡Cómo pegaba don Cirilo! Venía por detrás, cuando estabas hablando en clase, y te pegaba un guantazo en el cogote con toda la fuerza de sus brazos de navarro metido a cura. Te parecía que te había caído encima el mundo.

Al primer sopapo le seguían otros cuatro, todos con la misma potencia. Para colmo, era el maestro de literatura. Recuerdo que una vez, cuando el hombre ya iba por el quinto manotazo, logré apartarme, medio turulato. La mano de don Cirilo erró el golpe y fue a descargar sobre el libro de literatura, de Fernando Díaz-Plaja. Lo partió por la mitad. Una parte fue a parar a la derecha de la pizarra y la otra a la izquierda. La verdad es que me gustaba ese libro. Todavía hoy recuerdo fragmentos de poemas que aparecían en él.

Recuerdo también que aparecían escritores que luego llegué a conocer, como Camilo José Cela o Joan Perucho. Don Cirilo debía de pensar que la letra con sangre entra, pero a mí, aparte de la afición a la narrativa, lo que me entró fue una tremenda rabia. Porque me pegó muchas veces, muchas. Luego, cuando fui tan alto como él, dejó de pegarme; pero no de intentarlo. Y yo me pregunto, ¿de qué le sirvió pegarme? ¿Le sirvió acaso para que ahora guarde un recuerdo agridulce de él? ¿De qué le sirvió llamarme «zángano» de modo habitual? Yo creo que sólo le sirvió para amargarme la vida. En cambio, cuando dijo que yo escribía bien, que «el Faner es el que tiene más fantasía», sí me hizo un favor.

No es bueno dar a los niños jarabe de palo, por mucho que se aburran en clase. La represión por sí sola no logra cambios, el objetivo debe ser enseñar a tener control sobre uno mismo y a diferenciar entre lo bueno y lo malo. Eliminar los gritos y actuar como padres amorosos, no como policías. Los castigos han de existir, pero no deben ser excesivos, porque al pasarnos de la raya logramos el efecto contrario al deseado, perdemos autoridad, en lugar de ganarla. Lo mejor es dar jarabe de amor y comprensión, no jarabe de palo.