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Asociaciones de vecinos y comerciantes salieron el martes a la calle en Palma para escenificar su hartazgo por la absoluta desidia de nuestro alcalde y la ineptitud manifiesta de su concejal de movilidad, Francesc Dalmau.

La sucesión de episodios y el incomprensible silencio de José Hila a la manifiesta degradación de Ciutat conduce irremisiblemente a la conclusión de que, al equipo de gobierno de Cort, Palma le viene muy, pero que muy grande. Ya no se trata de situaciones concretas o errores puntuales que ningún cargo político –cualquiera que sea su ideología– está a salvo de cometer.

Hablamos de una situación insostenible, con un centro de la ciudad que se degrada a pasos agigantados, mientras su alcalde calla y se hace selfies para las redes sociales.

Comentaba hace unos días esta lamentable situación con un alcalde de la Part Forana, y él me señalaba que Hila es un buen tipo, pero que no da más de sí. No dudo lo primero, mi crítica no lo es jamás a la persona –coincido en eso con el alcalde forà –, pero lo segundo es inaceptable para una ciudad cosmopolita, de enorme proyección internacional y octava capital española por número de habitantes como es Palma. Los experimentos sociales y en materia de movilidad pueden, acaso, hacerse en poblaciones pequeñas, no en una con más de cuatrocientos mil ciudadanos –superando el medio millón si sumamos los visitantes. Pero es que, además, en política municipal hay que gestionar cosas muy elementales: Limpieza y seguridad, las primeras. Los palmesanos no entienden que Hila se harte de alinearse con causas de lo más variopinto y de colgar banderitas en el balcón de Cort mientras en Palma se amontona la suciedad, la inseguridad está desbocada, los grafitis son la regla y no la excepción, y los cadáveres urbanísticos hieden desde hace tanto tiempo que empezamos a acostumbrarnos a esta imagen tercermundista de la que era una de las más bellas capitales del Mediterráneo.

Debo rectificarme a mí mismo. He llegado al convencimiento de que, de momento, a Armengol no le molestan los palos –bien merecidos– de los ciudadanos a José Hila. Hablo, lógicamente, de críticas, no de ninguna clase de violencia. Y a la presidenta no le molestan porque, mientras la gente está entretenida echando pestes de la suciedad en las calles, de la inseguridad ciudadana o de las demenciales medidas de Dalmau, la infrafinanciación de nuestra comunidad o las carencias de medios de los centros educativos pasan a un segundo plano.

Pero este escudo municipal tiene fecha de caducidad, porque el PSIB necesita mucho voto urbano para ganar las elecciones y poder plantearse un nuevo pacte. Los votantes socialistas de Palma –salvo que se trate de estómagos agradecidos– ven la degradación, huelen la porquería y padecen la violencia callejera igual que los demás. Y temo que no se vean compensados por las banderitas balconeras y los selfies autocomplacientes de Hila.

El vertedero situado frente a Son Güells, que fue primera plana en todos los medios en mayo pasado –con intervención policial incluida–, sigue repletito de basura y elementos contaminantes. Los responsables de EMAYA –que por lo visto padecen una severa ceguera– hacen como que no está, arruinando el factor disuasorio de la ley penal.