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Alguien dijo que el peso específico de un hombre debía medirse una vez hubiera sido desposeído de todas sus pertenencias. El trayecto es siempre interior a pesar de los kilómetros recorridos, por ello, nunca se debe obedecer a quienes convirtieron las formas en contenidos. Tal vez arrinconar los adornos sea una de las misiones de la búsqueda. Llega un momento no programado en el cual el subconsciente toma el mando del buque y emprende su propia andadura, cuya hoja de ruta es la que fueron almacenando en silencio sin haber sido compartida. Todos, de manera indirecta, manifestamos nuestras carencias obligando al resto a que las antepongan con una imposición determinante.

No creen más que en su propia verdad, incapaces de ver rutas complementarias que les impulsen a seguir adelante por un camino alterno al de su mapa apergaminado y pusilánime. Es por eso que es tan importante hacer caso a la intuición, escuchar la propia sabiduría y dejarse llevar, libres de equipaje, porque solo así se accionará la conexión con la autenticidad exenta de puntillas o de ese adorno superficial que termina pertrechando la realidad a la que cada uno de nosotros debe enfrentarse. Sí, qué bueno es partir para poder regresar, no hay otro camino que el que uno mismo termina diseñando porque una vez construido, pocos podrán volver a perderse. Rodéense de personas que hayan vivido resurrecciones personales, solo ellas podrán comprender su trayectoria y diseño y ya saben que, compartido sabe mejor cuando se comparte con la persona indicada y que se halle en el momento adecuado.

Efectivamente, el subconsciente te libera de todas aquellas cargas que la formalidad te impone. El peaje es sumamente costoso cuanto te decides a recorrer el camino impuesto y hace que uno pierda el eje central con suma facilidad, al fin y al cabo, uno no suele recordar lo que no ha tejido con sus propias manos. Paseando por el Sena, bajo el pon des Artes leí una inscripción que ponía «recibimos lo que damos», entonces supe que no siempre había obtenido lo que quería, tal vez porque no supe dar lo que esperaban, es por ello que, a fecha de hoy, soy inmensamente rica, ahora que he aprendido a discernir entre lo que verdaderamente es y lo que no, valioso. Les aseguro que se sube a una atalaya sumamente gratificante. El camino siempre merece la pena.