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Paso a paso el volumen de información que llega desde el ‘nuevo’ Afganistán va disminuyendo, cuando precisamente ahora hay mucho que contar. La cantidad de problemas a los que van a tener que hacer frente los talibanes parece haberles aconsejado la vieja táctica del no pasa nada que no deseemos que pase. Los medios informativos más importantes siguen funcionando en Kabul –el resto del país vive como en una especie de nebulosa informativa– pero, eso sí, adaptándose a las ‘nuevas’ normas. La información de las agencias internacionales, que depende de periodistas locales, se ha ido reduciendo hasta quedar en lo anecdótico, y lo mismo ocurre en el caso de las redes sociales.

Buena, e inquietante, prueba de ello la encontramos en todo lo relacionado con el atentado que causó la muerte a 170 personas en el aeropuerto de la capital; la falta de información precisa al respecto es tal que ni el propio Pentágono pudo aclarar hasta haber transcurrido más de un día si la matanza fue causada por una sola explosión, si fueron dos, o tres según atestiguaron otros. En suma, la ausencia y/o tergiversación de la información induce a pensar a algunos en algo parecido a un terrorismo informativo, abanderado obviamente por el sector talibán más próximo ideológicamente a grupos del corte de Al Qaeda.

La carta abierta enviada días atrás por unos 150 periodistas afganos solicitando ayuda para ellos y sus familias ante lo desesperado de la situación habla suficientemente de la posibilidad de una ceguera informativa acerca de lo que sucede en el país. El Gobierno talibán no quiere testigos. En la clásica disyuntiva propuesta por Thomas Jefferson, los talibanes ya han elegido y prefieren un gobierno sin prensa.