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Hace ya varias décadas solían publicarse en los periódicos locales titulares como ‘Palma se hunde’ o ‘Palma es Beirut’, una forma muy elocuente, y quizás algo exagerada, de describir el deterioro de la ciudad, especialmente en el casco antiguo, donde muchas fincas estaban al borde del derrumbe y para los ciudadanos era complicado vivir en el centro, convertido en un gueto y donde encontrar una vivienda en buenas condiciones era prácticamente imposible.

Cuando los políticos asumieron la situación se realizaron algunas reformas integrales que dieron sus frutos. La más importante, sin duda, la rehabilitación de sa Gerreria, que supuso tirar abajo un barrio entero. También se hizo algo parecido en el Puig de Sant Pere y en sa Calatrava. A partir de ese momento, el cambio en Palma fue mayúsculo y la ciudad comenzaba a abrir las puertas a muchos ciudadanos que sí podían disfrutar de la transformación urbana y animarse así a vivir en el casco antiguo.

Lamentablemente, la evolución de Palma, con errores y aciertos de todos los gobiernos que han pasado por Cort, se ha frenado en seco. Palma es hoy una ciudad sucia, descuidada, sin ningún plan de desarrollo ni de futuro, enfrentada a los vecinos que intentan manifestar sus ideas –véase el tema de Nuredduna–, con comerciantes hartos de los cambios circulatorios que amenazan el futuro de sus negocios, y con un transporte público caro y lento.

Para más inri, los palmesanos que tienen la suerte (o tenían) de vivir en el centro se ven acosados en las aceras por patinetes, bicicletas y, los últimos años, por repartidores de comida a domicilio que aparecen de la nada a gran velocidad y casi siempre en dirección contraria.

De aquella Palma que fue considerada una de las mejores ciudades del mundo para vivir no queda ni el recuerdo y, por desgracia, tampoco se ve una reacción por parte del gobierno municipal, que podría intentar en estos dos años que quedan de legislatura hacer algo. Como por ejemplo, borrar las pintadas que hay en prácticamente todas las calles de la ciudad y perseguir de verdad y con multas, aunque sean sus propios votantes, a los responsables de los grafitis, que nada tienen que ver con arte urbano a diferencia del hotel de Son Armadans, donde Cort sí ha actuado.

Parece una obviedad señalar que la prioridad de los gobernantes municipales debería ser mantener la ciudad limpia, pero es evidente que lo que más importa desde hace unos años es no olvidarse de colocar las pancartas y banderas en la fachada de Cort cada vez que hay una conmemoración que coincide con las ideas de los actuales políticos. Solo falta ver una pancarta a favor de Stalin en la fachada del Ayuntamiento de Palma, pero todo llegará.

Si tan preocupados están con la movilidad y con imponer zonas Acire en contra de los comerciantes, que han llegado a amenazar con irse a la periferia para evitar la quiebra de sus negocios, podrían comenzar a regular de verdad el uso de los patinetes. Y no hablemos ya de la batalla perdida de las bicicletas que utilizan las aceras para circular sin que actúe la policía, aunque difícilmente tomarán medidas si son los propios concejales los que incumplen esta normativa.

Como titularían los periodistas de la década de los 80, ‘Palma se hunde’ y lo peor es que los responsables políticos no son conscientes de ello.