Hay vidas que se hacen públicas sin que el protagonista lo quiera. Sólo por ser víctima. Cuando uno comercializa su existencia, como los que viven del famoseo, debe atenerse a las consecuencias y no venir con lloriqueos cuando el juego ya no le seduce. La contraprestación que estos sujetos reciben, como engorde de su cuenta corriente o de su ego, supone perderse el respeto a sí mismo y ganarse la irreverencia de la sociedad. Ya no hay vuelta atrás para los aspirantes a personajes que se quedaron en personajillos. Cuando uno se desnuda ante toda España y utiliza las cámaras para lavar trapos sucios, está condenado a tender los calzoncillos en televisión. No siento consideración por todos los que despreciaron el anonimato sin haber hecho nada admirable. Y siento repugnancia por aquellos programas que los encumbran ensuciando el periodismo.
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Cuando el periodismo revictimiza
27/08/21 3:59
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