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Por gentileza de Ultima Hora no es la primera vez que me refiero a la manipulación de la historia por parte de la casta política que nos representa y gobierna –y ello es importante– a todos. La cuestión del quinientos aniversario de las Germanías ha supuesto una profundización en esa tendencia que la izquierda ha adoptado amparada en su mayoría en el Ayuntamiento de Palma y Consell de Mallorca, en el apoyo de la mayor parte de los medios de comunicación, en su sectarismo y en la ignorancia de buena parte de sus miembros. Al uso espurio de ese acontecimiento histórico por parte de mandatarios municipales y sus supuestos intelectuales de guardia y de imaginaria, palabra que sólo entenderán los varones que ya tienen cierta edad y no todos, ya me referí en estas páginas en otra ocasión (10/3/21). La cosa se ha ido agravando. El 30 de julio se inauguró una exposición en el Castillo de Bellver sobre el tema, cuyos comisarios –por cierto– fueron asesorados por un antiguo becario y doctorando mío. Tanto en dicho acto como en las supuestas informaciones previas de algunos medios de comunicación se afirmaba que la toma del castillo por parte de los agermanados, que se conmemoraba precisamente el día anterior, fue un punt àlgid de la Germania y que lo que se dio fue una «ocupación del Castell de Bellver». Hombre, la primera afirmación es discutible pero podemos aceptarla, la segunda es de un sectarismo digno de mejora causa. Ocupación sí lo fue, pero se oculta que fue seguida del asesinato de todos o la mayor parte de los no agermanados que allí se habían refugiado. Pequeño detalle, el del olvido de los allí asesinados, que ilustra la intención o/y la ignorancia de los autores de dichas frases. De que los agermanados tenían razón en casi todas sus peticiones, sobre todo tras la sentencia de Fernando el Católico de 1511 incumplida por la oligarquía, puede haber pocas dudas. De que otro de los responsables fue Alfonso, llamado el Magnánimo, con su castigo tras la revuelta mallorquina de 1450 tampoco, a pesar de que el Ayuntamiento de Palma dedicó a ese responsable de la muerte de centenares de mallorquines la antigua calle Capitán Salom. Tampoco tengo ningún vínculo familiar con los asesinados por la Germanía, dado mis humildes orígenes. Sin embargo, obviar esos crímenes no parece muy serio, ni muy científico, ni muy honesto.

Las muertes llevadas a cabo por unos son asesinatos, cuando matan otros es una ocupación. Lo mismo ocurre con otros ámbitos del lenguaje. Cuando la derecha ha de ampliar una escuela lo hace con barracones, cuando lo hace la izquierda son aulas modulares. Claro, no es lo mismo llevar a tu hijo a un barracón que a una aula modular, que hasta tiene un aire de modernidad. Las dictaduras de derechas son dictaduras. Yo mismo, persona de derechas, conservadora y tradicionalista, no tengo ningún problema –tal y como he manifestado en medios de comunicación– en tildar de dictadura el régimen de general Franco. Las dictaduras como la cubana realmente no son dictaduras. Basta ver los laberintos idiomáticos de las nuevas ministras últimamente. Cuando por el ébola hubo que sacrificar un perro y resultó afectada una señora auxiliar de enfermería que finalmente se recuperó, se estaba poniendo en peligro la salud de miles de españoles (Sánchez dixit).

Cuando llevamos más de cien mil muertos por la COVID resulta que se ha salvado a 450.000 compatriotas, palabra que el presidente del Gobierno gusta de emplear en los últimos tiempos, como el concepto de justicia social, de amplia tradición falangista y franquista. Cuando el Tribunal Constitucional da la razón a la izquierda, aunque sea por el voto de calidad del presidente (caso de la sentencia sobre RUMASA o de la exclusión del sr. Cantó de las listas del PP en las elecciones a la Comunidad de Madrid), es una sentencia ajustada a la ley, si –por el contrario– por un voto se declara inconstitucional el uso del estado de alarma llevado a cabo por el Gobierno, estamos ante disquisiciones doctrinales (ministra Robles dixit). Un golpe de Estado de la derecha es un golpe de Estado, el de la izquierda –por ejemplo el de 1934– es una manifestación de la voluntad popular, por encima –obviamente– de las elecciones de 1933.

Volviendo a las Germanías, no sé si tanto desatino, sectarismo, simplicidad e ignorancia, podrá arreglarse con el próximo Congreso que la UIB dedicará al tema, o con el curso que el mes pasado le dedicó la UNED en Palma o el ciclo de Conferencias que la Reial Acadèmia Mallorquina d’Estudis Històrics, Genealògic i Heràldics tiene programado para el próximo otoño. Allí estuvimos y allí estaremos –si Dios quiere– rodeados de gente que, en general, sí sabe de que habla.