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El ‘procés.3’, que se iniciará el 13 de septiembre después de que los nacionalistas catalanes hayan exhibido músculo en su Diada, se desarrollará a tres niveles. Uno, teatral, que se escenifica en el Congreso, donde Sánchez se presenta como el pacificador del secesionismo, que busca una solución para el conflicto de Cataluña a través del diálogo. Se acepta el enfrentamiento con la oposición incluso con sus socios, se justifican las concesiones en aras del consenso y se promete respetar la Constitución. Pero esta ostentación de las discrepancias entre Sánchez y los nacionalistas no deja de ser puro teatro para consumo de los seguidores, una estrategia para ocultar la sintonía de Sánchez con los nacionalistas.

El segundo nivel es el de las bagatelas, menudencias que se negociarán en la mesa de diálogo. Sirve este nivel como cortina de humo que esconde la negociación de fondo. Se pondrá encima de la mesa una larga lista de nuevas competencias que harían desaparecer el Estado en Cataluña y que van dirigidas a apaciguar a los separatistas radicales. Por ejemplo, cesión de estructuras de Estado a la Generalitat y prebendas que resultarán un agravio para el resto de las autonomías: fondos europeos, infraestructuras, imposición del catalán, apoyo a la candidatura de los Juegos Olímpicos de invierno en Cataluña, ampliación del aeropuerto, inversiones en cercanías, titularidad de carreteras del Estado, el fin de la represión, el blindaje de competencias, representación catalana en la UE, selecciones deportivas, etc. Es el nivel de las fotos y las declaraciones, sonrisas y caras de perro. Permite ganar tiempo y ofrecer alternativas en las relaciones de los contendientes, despejar tensiones y escenificar crisis simuladas que permitan exhibir la complejidad del empeño.

El tercer nivel es el subterráneo, el de las alternativas al que no llegan las cámaras. Es en el que Sánchez tiene vía directa con Zapatero , su hombre en las sombras, el que urde la España plurinacional. Al que no le basta haber renunciado a vencer a ETA y, en su lugar, tras un proceso de rendición ignominioso disfrazado de paz, legitimó el hacha y la serpiente e hizo bueno el pronóstico de Joseba Pagazaaurtundua : Harán cosas que helarán la sangre. Ahora pretende repetir la jugada en Cataluña.

Sánchez ha metido en su cama política a los que quieren acabar con España, ha aceptado sus reivindicaciones y su discurso victimista considerándolos justos y se ha puesto manos a la obra. Así, su objetivo es ofrecer una opción que acepten los soberanistas, aunque haya que desgarrar algunas costuras de la Carta Magna, pero sin que llegue a reventar. Dentro de la Constitución hay muchas cosas que se pueden hacer, declaró hace unos días y ahí está Conde Pumpido , junto a ZP, preparando la ingeniería legal. Rescatarán el Estatut de Maragall , que tumbó el TC, incluirán en su texto la competencia de realizar referéndums consultivos. El soberanismo la activará en el momento que considere oportuno: cuando se hayan incorporado al censo los jóvenes inoculados desde las escoletas con el virus del ‘procés’. Se repetirá la consulta hasta que el resultado sea favorable a sus intereses: harán una lectura vinculante y se independizarán por la vía de los hechos consumados. Y vaya usted a decirles con la fuerza simbólica del triunfo en el bolsillo, que el resultado no tiene valor ejecutivo.

Para ello necesita una campaña de destrucción de las instituciones de control y maniatar a la Justicia. Y en eso está Sánchez. Ahora promueve despojar al TC de su capacidad para ejecutar sus sentencias, suspendiendo el recurso previo de inconstitucionalidad para frenar estatutos con contenido separatista e impidiendo que actúe contra referendos ilegales, cuando se había comprometido a endurecer las penas ante consultas ilegales. El TC corre el riesgo de representar el papel de extra mudo sin capacidad para intervenir ante consensos políticos que estén fuera del marco constitucional. ¿Quién controla el Estado? Pues eso.