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Apreciado Sr. Molina: Agradezco su escrito de respuesta, de fecha 4 de junio, en estas mismas páginas de Ultima Hora, al mío de fecha 22 de mayo (’Palestina, otra vez’), que he leído con atención. Como sociólogo, soy también profesor universitario, entre otras asignaturas, de Relaciones Internacionales, y creo conocer razonablemente bien el conflicto palestino-israelí. La situación puede ser compleja, pero las razones de fondo son bien simples.

No tengo nada contra los genes judíos, créame. Sólo quiero señalar que su propio mito fundacional resulta ser falso. Reitero mis mejores deseos al pueblo judío, que tanto ha aportado a la humanidad (y combatiría con Uds., hombro con hombro, a los nazis), pero me reafirmo también en mi rechazo a las políticas del Estado de Israel. A la creación, bastante artificial y forzada, de ese país, se suman inacabables décadas de invasión y ocupación de sus vecinos, comenzando siempre por sus mejores tierras y aguas, hasta hacer desaparecer Palestina y convertir Gaza y Cisjordania en los mayores campos de concentración del mundo. Son décadas de masacrar a su población y de provocar un sufrimiento atroz, ahí están las cifras de la enorme desigualdad. Citaba Ud. a Hanna Arendt: reléala, porque hay un paralelismo con épocas pasadas que arroja una fea luz sobre la ontología humana. Y esa superioridad israelí sólo se explica por el ingente apoyo político, económico y militar que recibe de Estados Unidos. Juegan piedras contra tanques y cohetes caseros contra la mejor tecnología de guerra del mundo, y todo ello acompañado de una formidable maquinaria de propaganda y desinformación.

Israel –reconózcalo, Sr. Molina– no goza de simpatía internacional. Ha incumplido veintiséis resoluciones de Naciones Unidas desde 1947, ha obviado todos los principios del derecho internacional, ha traicionado todos los acuerdos suscritos, ha hecho en general lo que la ha dado la gana y se ha pasado los derechos humanos por el Muro de las Lamentaciones. La Historia juzgará a los líderes de Israel, si no lo hacen antes los hombres. Creo, incluso, aunque no soy muy creyente, que el propio Yahvé, de existir, les condenaría con más dureza aun, con una dureza digna del Antiguo Testamento. Vuelva Israel a las fronteras de 1967, y haya paz.
Reciba un cordial saludo.