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Están siendo temas de moda: la crisis diplomática, Mohamed VI y cómo abre el grifo como instrumento de relaciones internacionales. Se habla de ultraderecha, menas y deportaciones en caliente, de abrazos solidarios de voluntarias, del líder del Frente Polisario Brahim Ghali, de pesca y de fosfatos.

Pero no se habla del origen y raíz del problema: las veleidades coloniales españolas en África de Alfonso XIII y del franquismo después (el propio Franco fue militar africanista, tal vez el hecho que más marcó el carácter del dictador). Más tarde vino la vergonzosa entrega que de aquel territorio hizo España tras la Marcha Verde, rendición en la que tuvieron mucho que ver la CIA estadounidense y el exrey, entonces príncipe, Juan Carlos de Borbón. Y ahí comienza la amnesia y el silencio, los temas de los que no sea habla, el origen de una tragedia que dura casi medio siglo, de esa otra Palestina.

Tan sólo Izquierda Unida ha reivindicado siempre la causa de la República Árabe Saharaui Democrática, y parece que –por fin– diputados de Podemos recibirán en Madrid a las marchas prosaharauis. Otras izquierdas, supuestas valedoras de la justicia social y del principio de descolonización, callan. Y las derechas, siempre tan atentas al orgullo histórico, la gloria nacional, el imperio y similares, no saben ni quieren saber.

Los nacionalismos, supuestamente cercanos a los procesos de independencia, están desaparecidos (se han oído más voces en el nacionalismo catalán a favor de Israel que de la RASD). Apenas las heroicas asociaciones de amigos del pueblo saharaui consiguen mantener la reivindicación viva. Marruecos cuenta con el apoyo cada vez más firme de Francia y EEUU, la RASD y el Polisario sólo con la nuestra, es decir, de nuestro gobierno, pero sobre todo de Ud. y de mí, querido lector o lectora.

Tanto los defensores de la patria, como los de los derechos humanos y los de la autodeterminación están demasiado callados. Son demasiados años de conflicto, de muerte y de dolor, de campamentos en Tindouf, de esperar un referéndum que Naciones Unidas había prometido (¡para 1996!) y que cada día parece más lejano. España, teórica administradora todavía de aquellas tierras, tiene una responsabilidad histórica con aquel territorio y aquella gente que no solo no cumple, sino que olvida.