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Alguien dijo que cuando aprendamos a valorar lo que tenemos valoraremos lo que deseamos sin atender a impulsos caprichosos exentos de fondo. Todo empieza en la nada y a partir de ahí uno va construyéndose, incluso a base de pequeñas destrucciones que tan solo pueden abocarte a una perfecta reconstrucción. A menudo pensar en el futuro te hace caer en un abismo donde el miedo se convierte en el único rescate existente. Contrariamente, cuando eres joven piensas mucho en el futuro, todo son promesas y planes a realizar que se antojan sencillos a pesar de su envergadura, cuando el tiempo parece que tan solo es un invento de mentes pesimistas. Son tantas las cosas que se dan por asentadas.

Cuando te haces mayor, en cambio, piensas menos en el futuro porque este se convierte en un valiosísimo regalo del que esperas y deseas, en una silenciosa letanía, llegar a formar parte. Es por ello que llega un momento de nuestra vida en la cual damos absoluto protagonismo al ahora. El presente pasa a ser el mayor premio al que se puede aspirar ya que se convierte en eterno y en esa sucesión de pequeños futuros exprimidos al límite. De pronto los recuerdos de antaño nos arrancan momentos de júbilo vividos y es cuando uno es consciente de la cantidad de cosas que tendría que haber realizado en ese preciso instante y no se hicieron. Los pensamientos elevados solo pueden ser comprendidos por seres elevados.

Sí, como bien dijo la escritora Carmen Posadas , existe solo un espacio de tiempo en el que no se vive mirando hacia adelante ni tampoco hacia atrás porque la vida nos concede una extraordinaria prórroga con la sabiduría adquirida en la cual saber amar más y mejor, en la cual se agudizan los cinco sentidos, porque aprendimos a escuchar con el alma, a observar maravillados toda la belleza silenciosa y serena que se halla a nuestro alrededor. Esa es la verdadera prórroga, la que no puede ser desaprovechada porque en ella reside la oportunidad y esa es el mayor premio o el más valioso de todos los regalos que se nos pueda brindar. Aquellos que estén preparados sabrán reconocerla y vivirla con esa extraordinaria sensación de intensidad que el tiempo nos ha ido concediendo en todas nuestras vivencias pasadas. De ahí la vital importancia de centrarse en lo que nos aporta valor y no en lo que nos desgasta o entristece, ahora que comprendemos el valor de un segundo, de una mirada cómplice, de un simple gesto y de ese todo que nos aguarda para volver a despegar y tal vez realizar muchas de las cosas que quedaron en el tintero de las posibilidades.