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Indudablemente no todos somos iguales ni tenemos las mismas capacidades. Lo que es muy fácil para ciertas personas es, en cambio, enormemente difícil para otras. Basta acudir a unos pocos ejemplos de individuos superdotados para comprobar que la vida no nos ha ofrecido las mismas capacidades a todos.

Mozart compuso su primera obra (Andante KV1ª) con solo cinco años. El importante matemático, físico y astrónomo irlandés William Rowan Hamilton (1805 – 1865) a los cinco años dominaba el latín, el griego y el hebreo. Y a los trece años sabía trece idiomas diferentes. Gregory Smith , educador estadounidense nacido en 1989, ingresó en la universidad a los diez años. Y otro caso, entre miles, sería el psicólogo suizo Jean Piaget (1896 – 1980), que publicó un artículo sobre el gorrión albino a los once años.

Parece injusto que no podamos todos desenvolvernos sin sufrimientos a la hora de emprender un trabajo científico o creativo. En literatura hallamos escritores a los que sus textos les fluyen como por arte de magia y sin necesidad de ir revisando lo que han hecho sin trabas. En pintura, igual.

A muchos nos produce envidia estas capacidades extraordinarias que facilitan a ciertas personas lo que a la mayoría nos cuesta tiempo y esfuerzos. Muchos somos incapaces de llevar a cabo algo desde el primer momento y con éxito asegurado. Yendo a mi caso concreto siempre me urge dejar reposar algunos días (y hasta semanas o meses) la mayoría de mis escritos antes de darlos por definitivamente acabados para su publicación. Necesito revisarlos después de haberme distanciados de ellos con el tiempo. De no hacerlo me arriesgo a evidenciar fallos, incorrecciones y contenidos inadecuados o hasta sin interés alguno. Con la pintura me ocurre algo parecido: obras que me han parecido espléndidas una vez acabadas me resultan monstruosas al contemplarlas meses después de terminadas. Aunque también es cierto que me puede ocurrir lo contrario, o sea, sentirme frustrado por alguna creación que después no solo me parece horrible sino hasta muy interesante.

Lo cierto es que a las personas ‘normales’ (digámoslo así) nos conviene y hasta resulta imprescindible el alejarnos respecto a lo que hacemos para que lo veamos desde perspectivas alejadas de nosotros mismos. Este alejamiento suele conseguirse con el tiempo, un tiempo más o menos largo para interponerlo entre nosotros y nuestras creaciones.

Es por esta incapacidad de juicio inmediato o por el lento y trabajoso esfuerzo que nos supone mejorar y producir obras más o menos interesantes que sentimos admiración (y no envidia) hacia los genios superdotados. ¡Quién pudiera actuar y fluir como ellos, sin dolores ni impedimentos, para conseguir con facilidad lo que nos es arduo y difícil para la inmensa mayoría de los humanos!

Así que tenemos que resignarnos y aceptar lo que la vida ofrece, genialidades y gentes normales. Pero admitamos también que tiene su gran mérito superar dificultades con trabajo duro, pausado y constante. No nos quejemos, por lo tanto. Lo malo sería quedarnos paralizados por estar deslumbrados por las genialidades. Que cada cual haga, por lo tanto, su camino según sus posibilidades. Y mucho mejor si lo hace con espíritu alegre y deportivo.