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Hay épocas de nuestra historia de las que sabemos sesgadamente muchas cosas, por ejemplo de la Guerra Incivil, y otras que están vírgenes, por ejemplo la Restauración. Por eso se lee con gusto la Historia de Baleares que han publicado dos excelentes historiadores, Miquel Àngel Casasnovas y David Ginard (edit. Documenta Balear). El librito escrito a cuatro manos en castellano, muy fluido y bien armado, tiene un capítulo dedicado a la Restauración y a su crisis. La Restauración consiguió algo que no hemos conseguido ahora (cautivos como estamos de la dependencia del monocultivo turístico): la diversificación de nuestra economía: Balears entonces pasó de un modelo productivo completamente agrario a exportar (agricultura comercial) y a tener una importante industria ligera. Desde luego, fue un periodo de caciquismo máximo y a la vez de gran progreso. Precisamente uno de los caciques más granados –era dueño de toda Guadalajara y de sus votos que compraba a razón de 2 pts. por votante– fue el conde de Romanones (1863-1950) bajo cuyo gobierno se aprobó la jornada de ocho horas y el retiro obrero antecedente de la jubilación, estas cosas no se suelen recordar. Romanones fue tres veces presidente del Consejo de Ministros y junto con Dato y el mallorquín Maura , uno de los políticos más relevantes de su época. Sobre Romanones acaba de publicar un libro muy documentado Guillermo Gortázar (edit. Planeta).

En 1915, en el meollo de la I Guerra Mundial, Romanones, jefe de los liberales, quería, en principio, pasar catorce días en Balears (Cabrera incluida). El objetivo del viaje era, oficialmente, «conocer las necesidades de aquellas islas para mejorar su situación». Romanones llegó a Palma en el vapor Jaime I . En Ciutat le esperaban muchos barcos empavesados, una muchedumbre, fuerzas vivas y la correspondiente banda de música. El conde, acompañado de los gerifaltes liberales locales, visitó el Institut Ramon Llull, entonces en construcción (y sin mi compadre Leandro Garrido ). Visitó también Romanones, con su correligionario Alejandro Rosselló , los sitios habituales que cualquier forastero culto que llegaba a Mallorca solía y suele hacer: Valldemossa con su Cartuja y el palacio del Rey Sancho, Miramar, Deià y Sóller. La comitiva excursionista romanoniana estaba compuesta por nueve automóviles y a todos les esperaba una exquisita comilona ofrecida por el secretario de Luis Salvador , no por el Archiduque que ya estaba enfermo en el castillo de Brandais. Pero no todo fueron parabienes para el líder liberal porque entonces las élites mallorquinas (y hasta el poeta Alcover ) eran mauristas… y Romanones y Maura eran contrincantes naturales, por eso aparecieron entonces en Palma carteles en los que se leía «Maura, sí; Romanones, no». La diferencia entre aquellos políticos alternativos de la Restauración y los actuales es que los de antes serían malas o buenas personas pero eran cultos, hablaban muy bien y eran educados. Hoy estamos en manos de políticos huecos y de un neoclientelismo y neocaciquismo casi en estado puro, por no hablar de un nepotismo descarado y galopante. A veces parece que la historia retrocede, pero para peor.