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Tras la polémica sobre el nombre de diversas calles de Palma, el alcalde Hila afirmó que no había profundizado en el estudio de la batalla de Trafalgar en la que según la primera versión del equipo de gobierno participaron franquistas de primera hora. De tan primera hora que Franco nació casi un siglo después. Dejando a un lado que el alcalde es el primer responsable de las decisiones que toma su equipo de gobierno, creo que en lo esencial ha vuelto a cometer el mismo error o quizás más grave para el modelo político que dice defender y el de las fuerzas políticas que lo tienen secuestrado.

La aprobación de la propuesta para conmemorar anualmente el 14 de Abril demuestra que, amén de la batalla de Trafalgar, hay otros episodios de nuestra historia patria que el alcalde tampoco conoce demasiado. El símbolo hace tiempo ha sustituido al estudio sosegado entre buena parte de nuestros dirigentes, como el relato unilateral al servicio de objetivos políticos del presente ha sustituido la reflexión desde la historia como disciplina. Una disciplina, la historia, empleada como ‘agitprop’ por buena parte de la actual izquierda ante la estupidez de buena parte de la derecha.

Obviamente cualquier ciudadano puede proclamarse republicano, entre otras cosas porque la denostada Transición y la ‘caduca’ Constitución de 1978 así lo permite. Yo mismo he sido a lo largo de mi vida escasamente monárquico y crítico con don Juan Carlos cuando estaba en la cresta de la ola, se le invitaba a visitar la UIB y altos jerarcas de la izquierda intentaban fotografiarse a su lado. Posturas como la del alcalde Hila me han acercado a postulados monárquicos, al menos por el momento y de forma moderada y crítica. Si el ejemplo de comportamiento que es capaz de presentarnos hoy el republicanismo es la Segunda República o esa visión altamente idealizada y manipulada de ese régimen, no cuenten conmigo. Es más, lucharé con todas las fuerzas que me otorga la legalidad para evitar que consigan su propósito. Javier Tusell, historiador poco sospechoso de conservadurismo, calificó a la Segunda República como democracia poco democrática. En la misma línea se sitúa uno de los mayores especialistas sobre el tema y que para mi es simplemente el mejor: Stanley Payne.

La Segunda República española (por cierto, que a menudo se olvida ese último adjetivo que casi siempre usaban los republicanos como Alcalá Zamora, Azaña o Lerroux) ya nació con evidentes taras. Se justifica su proclamación a raíz de unas elecciones municipales donde los monárquicos quintuplicaron los votos de las fuerzas republicanas argumentando el caciquismo en las zonas rurales y obviando ese peculiar neocaciquismo de noticias falsas divulgadas desde la prensa izquierdista de 1931. El paso siguiente fue la redacción de una constitución y ley electoral para que la derecha jamás pudiera ganar. La ley electoral otorgaba un exceso de representación a aquellas zonas en principio votantes de izquierdas. En mayo de 1931, menos de un mes después de la proclamación de la República, empezó la quema de conventos en Madrid, Málaga y otras ciudades ante la indolencia de las autoridades y el cinismo de Azaña («todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano»). La respuesta de buena parte de la izquierda ante el triunfo electoral de la derecha en 1933 puede calificarse de muchas maneras pero difícilmente de democrática, culminando en la revolución (léase golpe de Estado) de Asturias en 1934, donde por cierto perecieron centenares de agentes del orden al servicio de la legalidad republicana y que fueron abandonados a su suerte e incluso juzgados y condenados tras las elecciones de febrero de 1936. La destitución, claramente ilegal, del Jefe del Estado (el timorato, derechista y católico Alcalá Zamora) también supongo debe ser reivindicada por el Sr. Hila y sus huestes.

En Francia, por ejemplo, la palabra republicano tiene una acepción más ligada a la derecha que a la izquierda. Desde la Tercera República Francesa (1871-1946) ese vocablo representa en buena parte las opciones políticas conservadoras enfrentadas al socialismo.

Si los republicanos de hoy en España no tienen nada mejor que ofrecernos que su peculiar visión de la Segunda República flaco favor hacen a la propia idea de República. Los propios republicanos de los años treinta hacían pocas referencias al catastrófico experimento de la Primera República española, quizás conscientes de que a la ciudadanía se la convence afrontado las realidades de cada momento y no a partir de un pasado idealizado cuando no falsificado. También cabe la posibilidad de que la decisión del equipo municipal sea poco menos que una farsa, un gesto propagandístico hacia la galería, un rito de aparejamiento político o un vacío republicanismo de salón… en este caso, salón de plenos.