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Palma se ha convertido en la tercera de las ciudades más pobladas de España con peor calidad de vida, por detrás de Madrid y Barcelona, según revela una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios. Este sondeo señala que Palma obtiene evaluaciones por debajo de la media en educación, movilidad y el coste de la vida.

Asimismo, en seguridad ciudadana, la mitad de los habitantes piensa que la situación ha empeorado con la crisis del coronavirus. Ante este ránking lo normal hubiese sido que los concejales de Palma debatiesen profundamente qué está fallando en la ciudad y aprovechasen el último pleno municipal para buscar soluciones y levantar de nuevo el prestigio de Palma. Recordemos que en 2015 Palma fue elegida como «el mejor lugar para vivir del mundo» en un ranking realizado por el diario británico The Times ». Palma superó a Toronto, Auckland, Hoin Ain y Berlín, con gran orgullo para los habitantes de esta ciudad.

Pues bien, en apenas cinco años se ha pasado de la mejor ciudad del mundo para vivir en la tercera peor de España. Si yo estuviese preparado para ser alcalde de Palma, que no es el caso, no hubiese dudado en plantear un debate entre todos los partidos para analizar los problemas y buscar soluciones urgentes. El segundo paso hubiera sido crear un comité de expertos de prestigio para que aportasen sus ideas y conocer qué está fallando.

En nuestro Ayuntamiento, en cambio, prefieren tomar otro camino. ¿Saben cuál fue el tema estrella del último pleno, una vez tuvieron conocimiento de esta encuesta de la OCU? Pues una propuesta defendida por Més para conmemorar cada año en Palma la II República española, un asunto que volvió dividir a nuestros políticos entre comunistas y fascistas o nazis, que es de lo único que se habla desde hace años entre la clase política palmesana. No hablaron de la limpieza de las calles, de nuevos proyectos municipales, de viviendas públicas, de parques, y ni siquiera discutieron de las también terrazas ‘fascistas’, que ahora mismo son las que sostienen buena parte la economía de la ciudad después de la persecución iniciada hace tiempo por los concejales de Podemos que, según parece, chocaban con mesas y sillas cada vez que caminaban por la ciudad o circulaban en bici irregularmente por las aceras, que es lo que hace el edil Jarabo cada mañana sobre las diez de la mañana cuando se dirige a su despacho municipal para iniciar su lucha diaria contra el fascismo junto a su compañera, y también antifascista, Sonia Vivas .

Por desgracia, la política en Palma se ha convertido en una caricatura que comienza a ser insoportable para los ciudadanos, sean de derechas, izquierdas o apolíticos. El nivel es tan bajo y la falta de empatía hacia los problemas de la ciudadanía es tan escandalosa que no se ve solución a corto o medio plazo. Palma es una ciudad perdida, sin rumbo, dirigida por políticos mediocres y adoctrinados que han convertido la gestión municipal en un instrumento para mostrar sus filias y fobias, inventarse problemas inexistentes (la lucha contra el fascismo, por ejemplo) y lo peor de todo es que harán todo lo posible para seguir muchos años en el cargo porque, en muchos casos, no tienen ni oficio ni beneficio, ni por supuesto un pasado profesional que les permita ver la política como una actividad provisional. La política sectaria empieza a ser una grave amenaza para la ciudad. Y harán falta muchos años para volver a ser la mejor ciudad del mundo para vivir.