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Vivimos tiempos de una avasalladora tecnolatría que ha encontrado en la pandemia una extraordinaria fuerza motriz. Y en dicho marco, la digitalización se ha perfilado como uno de los objetivos a cumplir tras la vuelta a la ‘normalidad’. Las cosas han llegado a un punto que cuando a un escéptico ante el centelleante progreso de pantallita, cual yo, se le intenta poner en solfa, lo mejor es responder en sintonía de coña al insolente de turno, sacarse del bolsillo un bolígrafo y mostrárselo a la vez que se le pregunta muy en serio: ¿y esto, sabes como se maneja? El desconcierto del interlocutor es de lo más gratificante. Y de paso sirva la ocasión para recordar el aniversario del bolígrafo Bic, el más vendido del mundo, de la historia, admitiendo que tal historia existe. Su invento se debe a Marcel Bich , de origen francés que nació en Italia y estudió en Madrid. Amén de podarle una letra a su apellido, Bic tuvo el acierto de innovar el bolígrafo patentado poco antes por Lászlo Biro , haciéndolo más sencillo y más duradero, logrando así su ‘inmortalidad’ que por ahora ha llegado a los 70 años. La cercanía del artilugio con nosotros es tal que cabe recordar que la palabra ‘bolígrafo’ tiene su origen en una empresa catalana, Molín, situada en Cornellà de Llobregat, y a partir de ahí fue registrada como marca. Hablar de 100.000 millones de bolígrafos Bic vendidos en todo el mundo supone prácticamente redundar en su éxito. ¿Quién no se ha servido alguna vez de un Bic? Ojo, no es propaganda sino satisfacción ante lo cuajado de una buena idea. Me propongo aceptar la digitalización, sin fanatismos de por medio pero, eso sí, bolígrafo en mano, sin otra dependencia.