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Sí, por más contundentes que puedan parecer hemos llegado a acostumbrarnos a unas terribles rimas, refugiados, desamparados, desaparecidos, y en lenguaje más llano, puteados. Y lo de habituarnos a ellas supone el mejor de los casos, ya que en otros las rimas ni siquiera suenan por no alterar aún más el ánimo de un ciudadano occidental que con lo ‘suyo’, ya saben, ya se considera ‘servido’. Aunque existe una gran diferencia entre las cuitas de los refugiados y las del primermundista, siendo las primeras de solución, o cuando menos de amparo, más sencillo que las otras. Días atrás se produjo en el Mediterráneo central, al noreste de la capital de Libia, uno de esos naufragios que ya forman parte de la macabra escenografía del viejo mar, y que pasados los siglos quizás acaben incorporándose a la mitología llegada de estos tiempos. Más de un centenar de migrantes desaparecieron, sin que las autoridades que deberían atender al rescate hicieran acto de presencia a pesar de la anticipación con la que se produjeron las llamadas de auxilio. Poco pudieron hacer los barcos de las oenegés, y menos aún unos mercantes que rechazaron acudir en ayuda, escaldados por las multas que con anterioridad les había impuesto Italia «por socorrer a migrantes (?) sin su coordinación». El triunfo del orden administrativo estando vidas en juego es de los que impresiona. Como también lo hace el que Dinamarca se haya convertido en el primer país de Europa que revoca permisos de residencia a ciudadanos sirios, al considerar que Damasco es ya una zona ‘segura’. La consigna del actual Gobierno socialdemócrata danés es de lo más simple: lograr que el país tenga ‘cero’ demandantes de asilo. ¿Socialdemócratas ha dicho?