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Mucho se repite: «Hay que salvar la temporada». ¿Quién puede negarlo? Nadie, porque si no la salvamos, «todos acabaremos pobres». Pero, a partir de ahí, la cuestión no queda cerrada: ¿qué significa salvar la temporada turística?, y cuando se dice que si no la salvamos «todos acabaremos pobres», ¿estamos diciendo que, antes, ninguno lo era?

En primer lugar, ‘salvar el turismo’ no es para nada equivalente a regresar al turismo que había. Que vengan de nuevo los turistas no obliga a que vengan de nuevo a lo viejo, ni a que vengan en igual cantidad ni en las mismas condiciones. Es pura ficción pensar que una isla, que es tierra limitada, pueda ser pensada a partir de un número ilimitado –cuantos más, mejor– de quienes la pisen. En segundo lugar, la confección del modelo nuevo no puede ser decidido por los únicos mismos de siempre; el hotel a llenar debe de tener voto, y también debe tenerlo la carretera que conduce a él, y el aire a respirar. Fraternicemos los derechos: proporcionar felicidad a quien visita una isla no debe reportar desventura al isleño que lo acoge; ninguna suite turística debe conllevar una choza laboral; tomar medidas para salvar el próximo verano no debe suponer hipotecar los veranos que le seguirán.